Conocí a José Ramón Alonso de la Torre hace ya bastantes años, en el Instituto de Arroyo de la Luz, donde ejercía su labor como profesor de Lengua y literatura. La primera toma de contacto que tuvimos fue visual. Recuerdo que yo estaba en segundo de la ESO, que solo lo conocía de oídas, de las anécdotas que escuchaba sobre él, de lo divertido que decían que era, y en el salón de actos, en el recital de poesías de la graduación de segundo de Bachillerato, allí estaba, en el escenario frente a Vanesa, una de las chicas que se graduaba, leyendo con ella la poesía “Contigo” de Joaquín Sabina, susurrándole al oído, creando un clímax perfecto, hasta el punto de hacer llorar a gran parte de los asistentes y dejarnos marcado ese mágico momento en la retina. En ese instante, todas quisimos ser Vanesa.
Poco después, cuando llegué a tercero de ESO, el destino nos puso en el camino. Me fascinó desde la primera clase la energía y el buen rollo que transmitía. Sus clases se pasaban volando, miraba el reloj, y al contrario que en las otras, quería pararlo, congelarlo, que no transcurriese el tiempo. Lo mismo podía ponerse a cantar El Redoble y bailarlo que a contarte las últimas noticias que habían salido en la prensa regional, que a pegar cuatro voces, desplazar mesas con un movimiento brusco o intimidarte de la forma que menos pudieses imaginar, eso sí, siempre actuando. Teatrero era un rato.
Un hombre feliz e insólito, esa es la descripción perfecta para José Ramón, no hay dos adjetivos que lo definan con mayor precisión. Un hombre que fue capaz de sacarme adelante, de hacer de padre y reñirme para que no dejase de estudiar cuando me daban bajones, un señor de los pies a la cabeza, que cuando yo criticaba en mis redacciones radicales los convencionalismos sociales y me echaba a la clase encima, me defendía.
Gracias a él, descubrí la filología y el periodismo. Recuerdo que lo primero que hice cuando me pusieron Internet en casa, hace unos cuatro años por estas fechas, fue entrar en el HOY a leer su columna diaria, de la que tanto aprendía. Me encantaban sus peripecias, me conocía todas sus anécdotas, me estudiaba cada unos de sus textos y esa complicidad, ese choque de miradas que se entienden, esa conectividad, se notaba en clase. Yo me sentía por aquella época una inculta de la vida y la verdad es que razón no me faltaba, porque tenía poquísima cultura general. Me cogió en la etapa perfecta para educarme y para sacarme hacia delante, y a día de hoy, mientras escribo este post, puedo certificar que lo consiguió.
Sin José Ramón Alonso de la Torre nunca hubiera tenido la oportunidad de escribir este blog, de hacer lo que de verdad me gusta, de ser Solita en Cáceres y seguir los pasos de mi ídolo. Por eso, este post, que es muy especial por ser el número 100, se lo dedico a él. Y aprovecho para publicitar la conferencia que dará mañana viernes en el salón de actos de la Biblioteca Pública de Cáceres a las 19.30 horas. No se la pueden perder. Cáceres, una ciudad feliz e insólita. Una ciudad digna de un columnista que lleva sus mismos adjetivos. Yo, desde luego, no pienso perdérmela.