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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Arroyanos y tololos

Dos pueblos hermanados por una pareja de novios: Arroyo de la Luz y Plasenzuela. Yumara (arroyana) y José Antonio (tololo) son los causantes de este hecho. Su amor ha traspasado la frontera cacereña.  Cuarenta minutos de trayecto en coche entre un pueblo y otro, unos 70 km. de distancia que no les separan, más bien fortalecen su relación.

El día de los Santos, el 1 de noviembre de 1992, nacía Yumara. 20 años después, no celebramos su cumpleaños en el pueblo que la vio crecer, sino en el que la verá madurar y hacerse mujer: Plasenzuela, un pueblo de alrededor de 500 habitantes, que este fin de semana ha sido invadido por arroyanos que llegábamos cargados de chuletas, panceta, filetes de pollo, ron Negrita, fantas, coca colas… y muchas ganas de fiesta.

Arroyo de la Luz tiene alrededor de 7000 habitantes. La diferencia con Plasenzuela es considerable. Por eso, este fin de semana, las diferentes costumbres y culturas han sido objeto de piques y mofas. Llegábamos muy animados, después de unas compras en el Hiper Cash de Casar de Cáceres, que, quieras o no, tienen su entusiasmo: te ves con tanto dinero que no paras de coger comida y alcohol, hasta que llegas a la caja y te das cuenta de que te has pasado tres pueblos.

Entrábamos por la autovía de Trujillo diciendo que si Arroyo se consideraba pueblo, Plasenzuela tendría que ser una aldea. Nos metíamos con su tamaño, sus calles en forma de laberinto, la ‘jartá’ de habitantes… Nos hemos dado con un canto en los dientes, hemos descubierto la esencia de la extrema ruralidad: un pueblo donde las llaves de las casas se dejan en las ventanas, donde todo el mundo se conoce, donde no hay policía, ni centro de salud… Un pueblo de verdad, con sus remedios caseros, su vida al aire libre, sus animales y sus huertas. Y no podía ser de otro modo, la panceta y las chuletas había que calentarlas en la lumbre, en las brasas de la chimenea;  la leche para el café, en un puchero de cerámica pegado al fuego.

Por la tarde hicimos una visita cultural. Estábamos un poco borrachos, nos hacíamos fotos metidos en fuentes, junto a farolas antiguas, encima de bancos de madera… esas cosas que había en Arroyo cuando yo era pequeña. Pasamos por el bingo, que estaba ocupado, según nuestras cuentas, por una quinta parte del pueblo. La gente nos saludaba, conocían nuestra procedencia, la razón por la que estábamos allí y preguntaban qué tal nos lo estábamos pasando y si necesitábamos algo.

La noche fue una especie de Halloween rural. Estábamos ya todos cansados. Unos discutían si es más correcto “Calentarrostro”, cono se dice en Arroyo, o “Santarrostro”, como se dice en Plasenzuela, para denominar a las lagartijas; otros cantaban canciones típicas de cada pueblo; otros debatíamos sobre partidos políticos: en Arroyo PSOE, en Plasenzuela PP. Eran cerca de las cinco de la madrugada cuando nos fuimos a la cama. Dormimos en una casa que nos dejaron, con dos camas y dos sofás, uno de ellos también cama. Un rato antes, mientras nos repartíamos los aposentos, las vecinas pasaban y nos decían que si estaba todo correcto.

Las luces se apagaron para dormir. El reloj de la plaza del pueblo daba las campanadas cada media hora, retumbando el eco entre las paredes de la casa; los muelles de una de las camas de arriba, donde se encontraba una pareja, no paraban de sonar, parecía el chirrido típico de las películas de miedo… todos se despertaban, entre asustados y convalecientes. Una bajaba las escaleras corriendo, su novio orinaba en una vica, otro hacía maniobras para conseguir sortear los sofás abiertos en el  comedor, sin terminar estampando en hocico contra el suelo… A las 11 de la mañana, teníamos todos caras de zombi. Menos mal que Yumara no nació en Semana Santa, si no, alguno resucita entre muertos al tercer día.

 

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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