Hace poco más de una semana, tuve que hacer un viaje de Cáceres a Mérida y cogí mi primer Bla bla car. Fue una experiencia cuanto menos curiosa. Legalmente, y aunque ya se sabe que los bla bla car no son legales, es la primera vez que montaba en uno. Sin embargo, ese tipo de viaje lo había realizado y lo había visto realizar cada vez que estaba en una parada esperando un autobús y aparecía un coche que ofrecía llevarte por menos dinero o por la misma cantidad a tu destino, pero a cambio te ofrecía más rapidez y comodidad.
Me gusta que me sucedan cosas raras, experiencias de esas que después puedes contar y que recuerdas gratamente, aunque en el momento no sean agradables. Mi primer Bla bla car es una de esas experiencias de las que hablo: la chica que llevaba el coche acababa de recoger un gato que había adoptado una amiga suya y tenía que llevarlo hasta Mérida. Era un pasajero más. El gato al principio iba tranquilo, maullaba de vez en cuando.
Cuando íbamos a comenzar a salir de Cáceres, tras pasar varias rotondas, empezamos a hablar sobre los mareos de los gatos al transportarlos en viajes. Incluso, llegamos a conclusiones como que la expresión: “Vomitar como los gatos”, que se suele utilizar cuando devuelves tras haberte emborrachado, puede deberse a que te sale espumilla de la boca como a ellos. Casualmente, en la radio (no recuerdo qué cadena llevábamos puesta), también hablaban de gatos. Sin embargo, el nuestro iba tan tranquilo que hasta que el mal olor de la diarrea, que le había entrado, no llegó hasta nuestros olfatos, no se hizo notar.
Habíamos tenido que jugar al tetris con las maletas y los bolsos de viaje al comienzo porque no cabían bien en el maletero. El coche iba al completo y encima, a los pies, llevábamos, entre otras cosas, una termomix y una maleta. Cuando el gato nos apestó, el olor pareció condensarse en la parte de atrás del coche y con lo encogidos que íbamos, costaba respirar. La conductora tuvo que parar en el Carrefour, a la salida de Cáceres, para limpiar al pobre animal, que aun estando en una jaula, había salpicado un poco el suelo del coche, y él mismo se había ‘bañado’. Si por cualquiera de los otros viajeros que íbamos en el vehículo hubiera sido, habríamos dado largas al gato, pero su futura dueña de Mérida, la amiga de la conductora, ya puede dar gracias de tener una amiga tan paciente y valiente para limpiarlo con pañuelos y proseguir el camino.
El resto del viaje, excepto por un poco de frío que pasé por llevar la ventana abierta para que se fuese el mal olor, resultó de lo más tranquilo, recordando la anécdota y echándonos unas risas. Al llegar a Mérida, la conductora nos cobró la mitad de lo acordado porque llegamos un poco tarde por el pequeño incidente, aunque realmente, ella fue la que más lo sufrió. Al resto de los viajeros nos quedó una anécdota para contar esa tarde cuando llegamos a Mérida y siempre, pues hoy en día es raro que haya gente que no haya cogido un Bla bla car. Eso sí, sin sentido del humor, embarcarse en una aventura de estas es complicado. Es una lotería, te puede pasar cualquier cosa.