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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Coca Cola no me quiere

 

Estoy triste: Coca Cola no me quiere. Todos mis amigos tienen latas con su nombre, hasta mis padres y mi hermano, y no solo con sus nombres propios, sino también comunes: “mamá, papá, hermano”. Hasta los abuelos, los novios y los amigos tienen, y ¿qué me dicen de Papá Noel? Él también tiene, aunque claro, eso es normal siendo un invento propio de la marca, a pesar de que en el sentido navideño, lo que más se haya puesto de moda haya sido montar con ellas el ‘Belén’.

Ayer fui al Carrefour con mis padres, a realizar las últimas compras de regalos de reyes ellos, y a surtirme de café y Coca Cola yo, pensando en la  proximidad de los exámenes. Era increíble ver que había más gente en la parte de los refrescos buscando su nombre en las latas que a la entrada donde se ofrecían a los compradores degustaciones de roscones de reyes con una pinta tremenda.

Al principio, iba con la idea clara de coger dos paquetes de doce latas de Coca Cola, meterlos en el carro y no ponerme a enredar. Pero la emoción por encontrar su nombre en la lata de las personas que pasaban por allí me metió el gusanillo en el cuerpo, y mientras que diversidad de nombres se iban sucediendo, algunos hasta se repetían (los de las María era de alucine), yo me iba desesperando más aún, casi tanto como cuando tuve que hacer una hora de cola en el cine los días esos que valía a 2.90€.Pero a diferencia que aquello, esta desesperación no mereció la pena.

  ¿Por qué las Carolinas no tenemos nuestro nombre en las latas? ¿Acaso aguantamos tanto cachondeo con la canción de M-Clan para no tener ahora el reconocimiento de nombre que nos merecemos? ¿No son lo suficientemente importantes Carolina Herrera, Carolina de Mónaco, Carolina Cerezuela o nuestra Carolina Coronado? Hasta tenemos dos estados de los Estados Unidos de América que llevan nuestro nombre (Carolina del Norte y Carolina del Sur) y  un pueblito de Andalucía, concretamente en la provincia de Jaén, se llama La Carolina. Y cómo se nota que los de Coca Cola no tienen muchos ‘pájaros en la cabeza’, si no, también pensarían en las Carolinas ninfas. También tenemos pasteles en Bilbao con nuestro nombre, y seguro que muchas cosas más que se me quedan en el tintero y que ahora mismo, sobre la marcha, no recuerdo.

Pero no, Coca Cola no nos quiere, no se acuerda de nosotras, y no vale la excusa de que el nombre es largo, porque Cristina y Catalina tienen el mismo número de letras. A ratos, a medida que voy tomando latas a lo largo de la noche para no quedarme dormida mientras estudio, me siento como cuando coleccionaba de niña cromos de Pokemon o de la Liga, que había algunos nombres que nunca llegaban y otros que se repetían de continuo, como el de Ratatá (Pokemon) o Villa (cuando estaba en el Zaragoza jugando). ¿Debería sentirme Charizard o Zidane? Creo que mejor, hasta que pase la moda de las latas con nombres, voy a retomar la Pepsi.

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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