Me encanta ir a la piscina del camping de Cáceres porque el autobús urbano te deja prácticamente al lado, y de vuelta a casa, no te rozas tanto al tener que andar menos si te vienes con el biquini mojado puesto. Lo malo es que el autobús te deja al otro lado de la carretera y hay que cruzar por el puente alto que da al Príncipe Felipe.
Ayer cuando fui, me dejé llevar por un grupo de niños, en su mayoría menores de edad, que en vez de cruzar el puente, atravesaban por el medio la carretera, a pesar de que los coches venían a gran velocidad. Era un auténtico peligro, pues cualquier despiste, cualquier chancla que te hace resbalar o se te queda atrás, o una gorra que se te cae en medio de la carretera y paras a cogerla, puede poner en peligro tu vida.
Hubo un momento en el que decidí dar la vuelta y pasar por el puente, a pesar de que los coches cuando pasaban por debajo de él, comenzaban a tocar el claxon al pensar que nos estaban viendo las bragas, cuando en realidad era la parte inferior del biquini. Sin embargo, era mejor eso a quemarse con el quitamiedos de la carretera, que con el calor que hacía, estaba ardiendo y había que atravesarlo. El grupo de chicos y chicas adolescentes que iban delante de mí lo pasaron ayudándose unos a otros, en su mayoría, los chicos cogían a las chicas en brazos y las transportaban por encima. Atrocharon un buen tramo para acceder a la piscina, pero a cambio, sufrieron algún que otro resbalón en el terraplén, se picaron las piernas con el pasto, que estaba altísimo, y como mucho, llegaron tres minutos antes.
Yo al final agradecí pasar por el puente, pues a la altura de los aparcamientos del Príncipe Felipe, me entró una nostalgia futbolística tremenda.