Las redes sociales se han convertido es una útil herramienta de desahogo. Cuando algo nos irrita, nos enfada… o por el contrario, nos hace feliz, nos emociona…, a pesar de que todos presumimos de tener una vida privada (sí, yo también la tengo), no podemos evitar querer gritar nuestro estado de ánimo a los cuatro vientos.
Twitter, Facebook y Tuenti están cargados de indirectas, de guiños a enemigos, de mensajes subliminales con los que buscamos criticar una actuación que no nos ha gustado, algo que nos ha molestado. Razón, que le ha costado el puesto a Juan Carlos Gafo en Marca España al insultar a los catalanes. Y debe de ser cierto eso de que las redes sociales las carga el diablo, porque por mucho que queramos evitar caer en la tentación de hacer ver lo que pensamos, es muy complicado conseguirlo.
A mí, Twitter me hace de psicólogo. En ocasiones me acuerdo de eso que recomendaban cuando no existían las redes sociales para desahogarse: escribir en un papel y después quemarlo. Y hora que lo pienso, no estaba nada mal: soltabas todo en caliente, te olvidabas y asimilabas en frío, y te ahorrabas los problemas que conlleva el dar una opinión o hacer una crítica en público. Total, es mejor ignorar a una persona que hacerle sentir orgulloso de estar jodiéndote vivo.