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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Flash, el helado de mi generación

       

        Es raro estos días pasear por Cáceres y no ver a la gente con un helado, bien de tarrina o bien de cucurucho, en la mano. También es cierto que es igual de raro no ver a un niño con los labios manchados y la ropa pringada, para echarla directamente a la lavadora.

Cada vez que saco a dar una vuelta a mi hermano y pasamos por delante de una heladería, como buen niño que es, no puede evitar encapricharse de un helado de chocolate, y yo, a pesar de saber que se va a poner perdido de arriba a abajo, no soy capaz de negarme. Luego, me toca estar en plan madre limpiándolo, echando saliva en un pañuelo sentada en un banco mientras él se queja y me dice que lo estoy llenando de babas, como hace años me quejaba yo cuando me hacía eso mi madre.

Sin embargo, cuando yo era pequeña, eso de que mi madre tuviera que limpiarme la boca por comer un helado en la calle era muy raro. Los niños de mi generación crecimos comprando flashes a quince y veinte céntimos dependiendo del tamaño, en el comercio del barrio. Nosotros no solíamos mancharnos mucho, porque era hielo y si se te caía algo encima, se notaba menos al deshacerse. Sin embargo, nos ocurría algo particular: heridas en la boca al llevar un buen rato chupando los flashes, que, al ser de plástico, solían hacerte daño en los laterales de los labios. Ni siquiera usábamos tijeras para abrirlos, éramos muy salvajes y utilizábamos los dientes a modo de abridores de latas, en este caso de plásticos.

Hace años que no veo a un niño con un flash en la mano, a pesar de que son más baratos, refrescan más y manchan menos. Esto de tomar helados de cucurucho o tarrina cuando yo era pequeña solo lo hacía la semana que me iba de vacaciones al camping o a la playa con mis padres. Era un capricho que te permitían dos o tres veces el año. Ahora, con tanta variedad de sabores nuevos (oreo, flan, crema catalana…), no hay quien se resista a tomar uno dando un paseo.

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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