Una de las cosas que más me sorprende de Roma es la cantidad de fuentes que hay por las calles. No hay sitio por que el pase que no me tropiece con una. Vamos, que es más difícil encontrarse a un revisor en un autobús urbano pidiéndote el billete que una vía sin fuente para beber.
También es curioso que la mayoría de ellas no tienen mango o botón para abrir y que salga el agua. Mola el hecho de no tener que estar apretando un botoncito con los pies o con las manos para beber, pues puedes ayudarte de las dos para hacer una especie de vaso con ellas y que no se te escape el agua. Es más fácil que hacerlo con una a modo de cucharón sopero. Sin embargo, me gustaría creer que las fuentes romanas tienen algún sistema por el que no es derroche que siempre esté saliendo agua.
Es la primera vez que voy a vivir en una ciudad con metro tanto tiempo. Tal vez, ello me está ayudando a que empiece a tener bien localizadas las fuentes. Las dos últimas veces que he bajado en la parada de Castro Pretorio, que es la que tiene las escaleras más grandes según he visto hasta ahora, estaban las eléctricas de subida rotas. Ayer, que fue la segunda vez que no funcionaban, recuerdo que una señora a mitad de trayecto de las escaleras, tras más de cincuenta escalones, me dijo en italiano algo así como que era tan duro subir que sentía como si le fuera a dar un infarto. Yo conseguí subir del tirón casi a rastras. Antes de llegar a mi destino, que estaba pasando tres calles, pude pararme el mismo número de veces a hidratar mi cuerpo. Estaba reventada.