Cáceres Insólita nació en una servilleta. Era domingo por la mañana y me encontraba con José Ramón Alonso de la Torre en la Estación de RENFE de Cáceres. Estudio Filología Hispánica, tengo 19 años y reconozco que la Literatura Medieval no me apasiona. Llevaba días mareando a José Ramón con hacer algo nuevo, que nos pudiera ayudar a desarrollar nuestra creativa imaginación. Allí, entre viajeros y maletas, bocatas de tortilla y cervezas, el ruido de la televisión y un aburrido Libro de Buen Amor, encontré el momento perfecto.
Alonso tiene mucha soltura ante la cámara. Yo llevaba grabando más de un año sus entrevistas en “Mira quién habla”. Esa mañana, le propuse hacer un vídeo-blog. Le hice ver que había que innovar y que sería algo relajado, solo cuando nos apeteciera, sin ninguna obligación. No sé si fue porque le di pena, pero aceptó. En una servilleta que hacía de marcapáginas de El libro de Buen Amor escribimos varios nombres. El trending topic extremeño en aquel momento era el Eje 16, y así se llamó nuestro vídeo-blog.
La primera grabación fue en esa misma Estación de RENFE días después. Pero la culpa de que naciera Cáceres Insólita la tuvo un taxi al pasar a las 4 de la tarde por la Plaza Mayor. Era nuestra segunda grabación de Eje 16. Contábamos cómo se había sembrado el miedo en las madres que dejaban despreocupadas jugar a sus hijos en la Plaza Mayor ahora que podían cruzar los taxis. Lo original del vídeo era que los niños estaban pegados a sus padres y los taxis no pasaban. Pero a las cuatro de la tarde pasó uno, justo cuando estábamos grabando, y nos quedamos sin historia original.
Yo soy una inconformista y una luchadora a la que no le gusta fracasar. El taxi pasaba, el vídeo era insalvable y yo me desesperaba. Entonces Alonso me sacó del pozo en el que me estaba sumergiendo, me llevó a comprar un cilicio y a merendar unos tocinillos. Ese fue nuestro primer Cáceres insólita: Tocinillos y cilicios, que sustituía a una Generación Womad que nunca le convenció.
23 vídeos de Cáceres Insólita después, tenemos resultados más que positivos. Llegar hasta hoy no ha sido fácil. Alonso habla con mucha soltura y desparpajo ante la cámara, como demostraba y demuestra en las entradillas de Mira quién habla. Yo lo llamaba “don perfectito”. Ya no, técnicamente me mata.
Al principio, Alonso me ayudaba con el micrófono, me decía desde dónde grabar, me empujaba para coger una toma…Yo soy autodidacta, lo que sé de grabación y montaje lo he aprendido por mi cuenta. También soy muy tímida, me cuesta mucho imponerme, dar una orden o decir que no.
En las primeras grabaciones él mandaba, ahora lo hago yo. Con la Peña Los Castúos, en un partido de fútbol, dejó el micrófono en off; en la grabación de las cuestas cacereñas (El marqués la tiene empinada) de tanto pisar el cable, se rompió, y una intervención de un señor que llevaba hierba para sus conejos no se escuchó; en Una noche con los piquetes pisó el enganche del micrófono, que desde entonces está roto; y la última del micro fue en Arroyo de la Luz, que se lo dejó en su casa y “don perfectito”, que también comete errores, aunque le cuesta reconocerlo, me tuvo buscando una hora en mi casa el micro, incluso llamó a Alejandro Domínguez, el propietario de una casa museo de Alburquerque al que habíamos entrevistado la semana anterior, por si lo habíamos dejado allí.
Eso fue a las 12 de la mañana, y a las 12 de la noche recibía un mensaje pidiéndome perdón. Quien no lo debió perdonar fue Alejandro Domínguez, que días después le escribía por Facebook para contarle que había seguido buscando el micro y no lo había encontrado.
Este tema, aunque es fundamental, porque sin sonido no hay vídeo, no me preocupa tanto.
El problema de Alonso son los vicios que adquirió cuando se convirtió en “El señor de los vinos” en Canal Extremadura, y no me refiero a vicios con el alcohol. Tiene una muy mala costumbre: empieza a hablar antes de que le dé la señal.
Cuando sí comienza tras mi aviso no suele esperar cinco segundos, como le digo antes de cada grabación para dejarme márgenes para las transiciones. Si le pido 30 segundos de grabación me hace tres minutos, y si por lo menos no pisase a la gente cuando habla, es decir, si no interviniera antes de que la otra persona terminase su turno, me facilitaría el trabajo, podría cortar las respuestas.
Pero Alonso tiene un problema, le da vergüenza hacer solo una pregunta, y yo lo entiendo, porque cuando lo ha hecho, la gente se quedaba con ganas de más. Al principio no me importaba, pero con el tiempo te das cuenta de que tienes siempre información que sobra y que pierdes una hora más en realizar en montaje. Yo, siempre que se pasa, pongo cara de odio a la humanidad, como diciéndole que repita, pero nunca se entera.
Si alguna vez participan ustedes en Cáceres Insólita, fíjense en mi cara y así sabrán si hay que repetir la grabación.