La semana pasada mi hermano Iván, que tiene 7 años, se vino conmigo en el autobús a Cáceres para comprar una tarjeta para su Nintendo 3DS. Desde que le han dado las vacaciones de verano, no hace otra cosa que jugar con la consola. Yo intento sacarlo de casa para que espabile, pero en los viajes se marea. Lo convencí diciéndole que además de comprar la tarjeta, grabaríamos con Alonso, la persona que más lo divierte.
Iván está enganchado a Cáceres Insólita. Antes, cuando cogía el portátil, buscaba juegos de Súper Mario y ahora entra en hoy.es. Él no se entera mucho de lo que Alonso cuenta, pero le encanta verlo, sobre todo cuando encuentra el vídeo en el que Alonso tiene una peluca en la cabeza, es su favorito (El loco de las colinas).
En invierno, los sábados suelo salir muy “desfraguiñá”, como dice mi abuela. No hay año que con el frío que paso no me constipe varias veces. Cuando Alonso viene a visitarme a casa para ver si he mejorado y puedo grabar, siempre acaba jugando a presentar programas de televisión con mi hermano y olvidándose de mi enfermedad. Un día, mi hermano estaba viendo Canal Extremadura y vino corriendo a decirme: “¡Carol, José Ramón está en la tele!” Desde ese momento todos los jueves por la tarde se pegaba a la pantalla para verlo.
El otro día, Iván acabó olvidándose de la Nintendo. Alonso le ganó la partida a Súper Mario Bross. Al principio, mientras decidíamos por dónde empezar a grabar, lo teníamos un poco aburrido. Pero después le dimos la cámara pequeñita con la que hacíamos antes los vídeos y estuvo haciéndonos fotos mientras grabábamos.
Pasamos por la Calle del Mono y Alonso le contó que en esa casa antiguamente había un mono y que si al pasar no imitabas al animal, venía un guardia y no te dejaba pasar. Los dos empezaron a hacer ruiditos y movimientos como si fueran primates mientras yo, incrédula, los miraba y me partía de risa. Eso pasó hasta que llegó el momento en el que me miraron los dos, como diciendo: “Ahora te toca a ti”.
Estábamos terminando ya la grabación de Cáceres insólita (Cáceres fue portuguesa), cuando de repente, finalizando la última toma, Iván se acercó a donde estaba Alonso y, pensando que ya había terminado de hablar a la cámara, dijo algo que no entendí por el grito tan fuerte de desesperación que le dio Alonso. Mi hermano se dio media vuelta y se puso a llorar. En ese momento, una voz salió desde un balcón diciendo: “Iván, ¿Quieres una galleta?”. Un señor, que estaba atento a nuestra grabación, bajó a la calle y le dio dos galletas a mi hermano. Gracias a él, y tras muchas veces pedirle perdón, mi hermano reaccionó y pudimos terminar el vídeo.
Ese día, después de comprar la tarjeta de la Nintendo, terminamos los tres en el Burguer King para forzar la reconciliación.
La semana siguiente, tuvimos que volver los dos a Cáceres porque la tarjeta no funcionaba bien. Iván no quería venir, y ya no solo porque se marease, sino porque tenía miedo de que Alonso volviera a gritarle. Esta vez, lo convencí diciéndole que luego iríamos a Burguer King.
Al principio Alonso le hablaba, pero él vagamente contestaba. En las grabaciones se ponía lejos y si le decíamos que no hablase, respondía cabreado que ya lo sabía. Sin embargo, solo hizo falta volver a pasar por la Calle del Mono para que todo se arreglara. Alonso al ver que mi hermano así se animaba, comenzó a hacer todo un recital de ruidos de animales.
Terminamos la grabación, en la que mi hermano quería quitarme el puesto de cámara, fuimos a arreglar la tarjeta a la tienda y lo llevamos al parque a montar en los columpios. El otro día iba a salir de casa para irme a grabar una entrevista con Alonso. Mi hermano vio que estaba cogiendo la cámara. Salió corriendo, se puso las zapatillas, se olvidó de que en el autobús se marea y me dijo: “¿A dónde vamos hoy?