A veces perdemos objetos a los que tenemos cariño porque los asociamos a un momento emotivo de nuestra vida. Si son pendientes, anillos, pulseras, aparatinos electrónicos o cualquier elemento que, además de tener valor sentimental para nosotros, tenga valor económico para el resto, es más difícil que aparezcan. Pero si es algo tan simple como unos guantes, como es en mi caso, las probabilidades de encontrarlos dependen de si se te han caído del bolsillo en la calle, o si en casa tu madre los ha puesto a secar en la terraza un día de mucho tiempo y se han volado, o si se ha equivocado y los ha zurcido con unos calcetines, o si simplemente los ha metido en ese cajón en el que a una nunca le da por mirar qué hay.
El caso es que dos años después, mis queridos guantes negros de dedos al aire libre y longitud hasta los codos han aparecido. Les tenía tanto cariño que recuerdo hasta la calle donde estaba la tienda en la que los compré en Plasencia, aunque no su nombre. Me daban la vida los días en los que coger la cámara de vídeo haciendo mucho frío y mantener el pulso era más difícil que enseñar a hablar inglés a Ana Botella. Por eso ayer no me pude resistir a ponérmelos de nuevo, y a pesar de la que estaba cayendo y del viento que hacía, me lancé con ellos y con la cámara de fotos a la calle, sin paraguas ni chubasquero, a la aventura, como siempre.
Hacer fotos los días de lluvia es bonito, tiene un encanto difícil de explicar, hay que vivirlo para saber qué se siente, porque es alucinante caminar tranquilamente mientras te está cayendo un chaparrón del copón encima y no darte cuenta de que te estás mojando al intentar capturar un detalle de la forma precisa. Claro que luego vuelves de camino a casa con las botas encharcadas, la ropa pingando, los pelos a lo afro, el maquillaje corrido y encima la gente te mira por la calle como diciendo “a dónde va esta loca sin paraguas”, mientras intentas sortear los suyos sin que te metan ningún pico en los ojos, y por mucho que estés feliz porque has hecho fotografías bonitas y vayas con tus guantes favoritos puestos, te sientes, cuanto menos, ridícula.
Menos mal que este año, con los exámenes justo tras los Reyes Magos, voy a poder escaparme pocas veces más de casa en lo que queda de vacaciones. Si no, con lo emocionada que estoy con el reencuentro con mis guantecinos negros y lo calentitos que son para estos días de lluvia y viento, o bien termino con una pulmonía, o bien me nombran persona non grata en Facebook, Flickr e Instagram por petarlos de fotografías.