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Carolina Díaz Rodríguez

Solita en Cáceres

Nochevieja: borrón y cuenta nueva

Nochevieja, el día del año que menos me gusta después de San Valentín. Una fiesta familiar, con cena y copas, que inaugura el nuevo año que entra, una lista de buenos propósitos que, en su mayoría, nunca se llevarán a cabo. Una mirada al pasado, recordando familiares que ya no están. Como se dice ahora, un “borrón y cuenta nueva”.

Pienso en esta noche y se me pone la carne de gallina. Si pudiera, me metería en un agujero oscuro y no saldría hasta las siete de la tarde del día siguiente, cuando a la gente se le ha pasado ya la emoción del primer día del año. Ya me imagino la reunión con la familia, las preguntas del tipo: “¿Qué tal llevas los estudios?”, que tanto me inquietan, o del tipo: “¿Tienes ya un amiguino?”, que tanto me agobian.

Tras el interrogatorio que me hace mi abuela y las recriminaciones por haberla ido a ver menos de la cuenta, me obliga a sentarme al brasero, doble ración de picón, por supuesto, ya que somos el triple de gente que habitualmente, y mientras yo me niego, por no pasarme toda la noche vomitando y delirando, mi padre sentencia: “No le hagas el feo a tu abuela”.

Cuando empiezan a sacar los entrantes, entre que discuten por ver en qué canal ponen las campanadas (este año apuesto por la restauradora del Ecce Homo), mi madre y yo, que somos las que menos comemos en estos convites, somos presionadas de nuevo: “Os estáis quedando en los huesos”. Morcilla patatera, chorizo, jamón… todo tipo de productos de la matanza a la mesa. La familia los devora acompañando con pan, pero sin hablar, a la vez que mi hermano corretea por el pasillo y mi madre y yo nos apartamos a un lado con nuestro plato de langostinos.

Si se discute de política, yo, que soy la única con estudios de la familia ese día, que lo paso con la parte paterna, si digo algo, piensan: “Ya está la lista que todo lo sabe”. Si hablan de crisis, paro, enfermedades… lo tengo claro, ya aprendí la lección el año pasado: no entro al trapo. Lo que más me gusta es sentarme al lado de mi tío, que suele venir de caza en medio de la cena y que me cuenta cómo se le ha dado el día, si ha ido a Brozas, a Santa Marta,… cuántas carreras han echado, cuántas liebres ha visto en la cama, cómo van progresando los galgos… Creo que es el momento más emotivo y que más me aporta de la Nochevieja.

Tras el festín de comida, mi abuelo se queda dormido en el sillón, mi hermano no para quieto, a no ser que lleve la Nintendo, mi madre y mi tía pelan las uvas para el resto, porque se supone que las campanadas se acercan, aunque siempre nos equivoquemos con los cuartos, y mi tío, mi padre y mi primo hablan de su ganado. Y yo, pobre de mí, en ese momento estoy en la terraza aireándome, mareada por el brasero y con ganas de irme a casa, tomarme una pastilla y meterme en la cama, mientras mi padre y mi madre me excusan a su estilo: “Lo que se queja esta muchacha, eso le pasa por salir tan despechugada”. Porque en mi casa, ya puedo morirme y que en la autopsia el forense diga que fue una intoxicación con el brasero, que mis padres ya encontrarán una justificación perfecta.

A la hora de las campanadas, a las 12 de la noche, quedamos cinco alrededor de la mesa camilla. Mi tío y mi primo, agotados por el día de caza, se van pronto a la cama, mi abuelo, se acuesta por madrugar temprano e irse a la huerta, mi abuela, porque los años ya le pesan. Mi tía y mi hermano suelen ser los que más energía conservan a esas horas, mis padres empiezan a apagarse y yo ya llevo media hora tirada en el sofá, intentando reponerme para salir después con mis amigas, a pasar frío con un mini vestido haciendo botellón en un tinao (cochera con ganado). Vamos, constipado seguro para comenzar el año.

No sé si esta noche será así, supongo que sí, como casi siempre. Espero que entiendan ahora por qué no me gusta la Nochevieja. Desde luego, no es una manera de empezar el año con buen pie: fiebre y resaca o intoxicación y vómitos. No sé qué es mejor. ¡Feliz 2013! Espero que no lo comiencen “tan bien” como yo. Hasta el año que viene.

Carolina Díaz tiene 19 años, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.

Sobre el autor

Carolina Díaz, vive en Arroyo de la Luz y estudia Filología. Cada amanecer coge el autobús a Cáceres. Por la mañana va a la universidad, por la tarde graba vídeos y por la noche vuelve a casa en bus. Solita en Cáceres es la cara oculta de sus grabaciones para las secciones Cáceres Insólita y Mira Quién Habla.


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