Me llama un número fijo, con prefijo 956. Frunzo el ceño. Me pregunto: ¿De dónde será? Me decido a descolgar el teléfono, a pesar de que normalmente no suelo coger llamadas de números que no tengo guardados en mi agenda. Tardan en hablarme, se escucha un murmullo al fondo, me desespero.
Una chica con voz de teleoperadora mexicana, peruana o de algún país americano, se decide a responderme al otro lado. Cuando voy a colgar, pues me imagino que será una oferta de alguna compañía telefónica, la chica me sorprende diciéndome mis datos: mi DNI, mi dirección, mi nombre y apellidos… y preguntándome que si son correctos. Me quedo un poco impactada, afirmo dubitativa. Ella prosigue: “¡Perfecto, ha entrado usted en el sorteo de un iPhone 5!” Le digo: “¿Y eso por qué?” Me argumenta que me he inscrito en una página de Internet.
Cada vez que veo en el lateral de una web o encima del propio contenido un mensaje diciéndome que he ganado un premio por ser el visitante número 1 000 000 y chorradas así, la cierro enseguida, por no caer en la tentación de terminar creyéndomelo, a pesar de que a mí no me gustan ni las apuestas, ni los sorteos, ni los juegos, y mucho menos on line. Sin embargo, no sé por qué sospecho que ya cualquiera puede tener tus datos e inscribirte en este tipo de cosas por molestar, por meterte equívocamente en algún plan de suscripción a páginas que te envían sus contenidos y te cobran por mensaje recibido.
Mis sospechas se hicieron realidad en el momento en que por la tarde cogí el móvil y tenía cuatro mensajes pidiéndome que introdujese el código que me acababan de enviar. Como estaba convencida de que era una estafa, no lo hice. Tampoco lo hubiera hecho si hubiera sido verdad. A veces es mejor quedarse con un Sony Ericsson que ser avaricioso e intentar conseguir un iPhone arriesgándote a que te puedan timar.