Hoy siento que mi vida es una paradoja. Estoy en un momento muy complicado emocionalmente. Me acerco a los 20 años, al inicio de una nueva década, y cada vez me distancio más de esa etapa infantil que tanto añoro, cuando no quería crecer, cuando era feliz jugando al escondite o a la pelota en el parque.
Estoy en un punto muerto. También empiezo a notar la distancia con mis padres, con mi familia. Estudio una carrera que no me atrae. Si tengo algo claro es que no quiero dedicarme a la enseñanza, para lo que fundamentalmente nos preparan.
En cuanto al amor, nunca he tenido suerte. Supongo que también la culpa es mía. Nunca he soñado con casarme ni con tener hijos. Me gusta tener mi espacio y me agobia que me manden mensajes, que me den toques al móvil, que me controlen… Soy la única de mis amigas sin novio. Cuando salimos por la noche, me veo rodeada de siete parejas. Si me doy la vuelta para hablar con una, corro el peligro de que en ese momento comiencen a besarse. Y esto me sucede con mucha frecuencia.
Este verano nos estábamos planteando ir de vacaciones juntas. Hay un inconveniente, si voy yo, no van, si no voy, se van en parejas sin problemas. Este es el primer verano que posiblemente pase en Arroyo. Todos los años me voy de viaje con becas de estudio, pero este, con los recortes, estoy viendo que no salgo de casa.
Noto que empezamos a separarnos. Antes salíamos por las tardes juntas, íbamos a la charca o a la piscina a bañarnos. Ahora solo nos vemos los sábados para hacer botellón en el polígono, para contarnos lo bien o lo mal que nos va y divertirnos.
Me resultan muy curiosos todos estos cambios en mi vida. Me siento sola, comienzo un blog que se titula Solita en Cáceres, fruto de darle la vuelta a Cáceres Insólita, y vivo en la calle Soledad. Parece que mi destino está escrito.
A veces me planteo si ser tan independiente y hacer lo que me apetece en cada momento es bueno. Si no sería mejor adaptarme al momento, atrapar al primer chico guapo que se me acercase, presentárselo a mis padres (hoy en día eso es fundamental), salir los días de diario con él, llevármelo de vacaciones, soñar con tener hijos, con casarnos…
Sin embargo, el otro día estaba sentada en una terraza de la Plaza Mayor de Cáceres y me fijé en cuatro parejas que rondaban los 50 años. Estaban todas en silencio, comiendo, mirando las palomas volar, algún marido se atrevía a echarles pan. Faltaba comunicación, se notaba que el amor y la pasión con el transcurso de los años se habían terminado. Solo quedaba compañía, pero en silencio.