La semana pasada deslicé por esta columna unas pocas ideas acerca del optimismo, la demografía y la natalidad. A un buen amigo, aficionado a coleccionar frases, le ha faltado tiempo para recordarme que «muchos se han vuelto pesimistas por haber financiado a optimistas». Mi amigo –que yo sepa– no trabaja para entidad financiera alguna, pero sus postulados se corresponden más con la parte del cajero que con los que se agolpan en la cola de esa ventanilla. Sobre todo ahora.
Mi amigo está muy equivocado porque cree que el banco, –que es, como decía Julio Camba, «una tienda como las demás que vende una mercancía llamada dinero»– debe mostrarse cauto y desconfiado para cumplir con su misión y seguir haciendo negocio.
Yo soy de letras, pero entiendo que la mecánica bancaria se inspira en un principio de apariencia paradójica: para que a usted un banco le preste 10.000 euros, deberá demostrarle previamente que tiene por lo menos 20.000. Y si no lo demuestra, le ocurrirá lo que cuenta Camba: que los banqueros «le echarán con cajas destempladas asombrados de ver que les pide fondos un hombre que carece de ellos».
A mi amigo, el de las frases célebres, voy a enviarle para su colección una de Benjamín Franklin muy de actualidad: «Si quieres saber el valor del dinero, ve e intenta que te presten un poco». En el banco, por supuesto.
Si no cambia en breve el panorama le enviaré también las crónicas periodísticas de lo que resulte tras la iniciativa de la Asociación de Empresarios de la Comarca de la Serena, dispuestos a encerrarse en las sucursales de los bancos y cajas si las entidades persisten en su actitud de no conceder préstamos con la que está cayendo.
A mí esta propuesta me parece positiva pero a la vez inquietante. Me recuerda aquel episodio del grupo de generales mexicanos que discutía vivamente sobre la conveniencia o no de declararle la guerra al gigante del norte, a los Estados Unidos. El debate entró en su fase clave cuando uno de los militares no discrepó respecto a la declaración de la guerra pero preguntó: «¿Y si ganamos?».
Salvadas las distancias, eso es lo que me inquieta de esta medida de presión. ¿Y si ganan? ¿Qué pasará si los encerrados tienen éxito y toman La Bastilla del crédito?