Los problemas complejos suelen exigir soluciones complejas. Supongo que por eso aún no se comercializa el motor de agua ni la gente tiene excesiva fe en los crecepelos… Salvo el famoso nudo gordiano –que cortó Alejandro Magno con la espada– los problemas antiguos y complejos de la sociedad se desanudan con algo más que fórmulas mágicas.
Aunque nunca faltan intrépidos salvadores que proclaman: «Eso lo arreglaba yo con…» y escriba usted lo que corresponda sobre los puntos suspensivos, lo cierto es que no se conocen varitas mágicas para hacer surgir el milagro de la nada. El terrorismo yihadista está haciendo que afloren nuestros sentimientos más primarios, nuestros miedos, nuestros demonios interiores, nuestros prejuicios, nuestras contradicciones… Basta repasar las múltiples posturas defendidas con ardor en tertulias y debates públicos para percibir que se trata de uno de esos problemas complejos que no admiten soluciones fáciles, rápidas y unánimes.
En las redes sociales circula estos días el relato atribuido a un judío superviviente del holocausto nazi y en la actualidad psiquiatra forense en Estados Unidos. Se trata de un testimonio demoledor. Su tesis, sencilla y fácil de comprender: pocos alemanes eran nazis al principio, y a los verdaderos nazis los tomaban como tontos hasta que tomaron el control de todo. Con los musulmanes, –argumenta– ocurre igual: se dice que la mayoría solo quiere vivir en paz, pero los fanáticos son los que van dominando y provocando guerras, los que masacran a cristianos, los que ponen bombas, los que decapitan y degüellan… Fanáticos los que difunden la lapidación y la horca para las víctimas de violación y los homosexuales, los que enseñan a sus jóvenes a matar y a convertirse en terroristas suicidas… El relato incluye miradas igualmente descreídas a los ciudadanos que sólo querían vivir en paz en la Rusia y en la China comunistas, en el Japón anterior a la II Guerra Mundial o en la Ruanda de hace pocos años, pero cuyo silencio los convirtió en irrelevantes ante las acciones fanáticas de quienes acabaron causando carnicerías de millones y millones de seres humanos. Cuando quisieron reaccionar ya era tarde.
Quienes primero tienen que oponerse a los fanatismos son los miembros de la propia comunidad a la que pertenecen los fanáticos. No caben el silencio o la omisión. Y menos aún cuando la intolerancia, la exaltación, van acompañadas de violencia física. Contra el delito, la ley. Algunos, como es sabido, no aplican contra el delito la ley, sino el ojo por ojo y diente por diente. Y así es imposible abandonar el círculo vicioso de la violencia. Gente que ignora la sabia sentencia de Lanza del Vasto: «Ningún conflicto se resuelve con la violencia porque la violencia es el conflicto mismo».
Yo creo que Occidente no puede dar un paso atrás y renunciar a un derecho tan esencial como la libertad de expresión. No digamos el derecho fundamental a la vida; lo contrario equivaldría a callar, a bajar la cabeza ante los fanáticos. Pero tampoco debe alimentar ‘gratuitamente’, saltándose otros derechos, los nidos de las serpientes.