EN la sociedad competitiva la moneda de curso legal es el éxito. Según las épocas cambian las efigies y los símbolos que se acuñan, pero la moneda sigue representando un valor, el éxito, inseparable del hombre. Es verdad que no siempre (al menos antes de las grandes revoluciones burguesas) el principal sinónimo del éxito fuese la riqueza. Aunque hoy cueste entenderlo, en algunos momentos de la historia el éxito en la vida no se medía por la cantidad de dinero o patrimonio acumulado. Hubo hombres que gozaron de una existencia coronada por el mayor de los triunfos gracias a su condición de seres libres, jamás uncidos al yugo de ningún poder ni a la servidumbre de ningún amo. A mí me entusiasma la figura de Diógenes, aquel sabio griego que portaba una lámpara encendida a todas horas para «buscar a un hombre honrado». Aquel sabio que renunció a toda riqueza y atadura hasta el extremo de que utilizaba como único refugio donde cobijarse un viejo tonel de vino situado en la calle. Es famosa la anécdota del día en que se presentó ante Diógenes un triunfante y endiosado Alejandro Magno con ánimo obsequioso para decirle: «¿Qué deseas que te conceda? Pídeme lo que quieras». A lo que Diógenes contestó: «Solo deseo que te apartes un poco, que me estás quitando el sol». Esa actitud es también uno de los nombres del éxito.
La victoria corona la vida de otros muchos hombres que no buscaron la opulencia sino la libertad, la sabiduría o la pura bondad. Gente que no hizo de la filosofía, de la ciencia, de las artes o del compromiso con las propias creencias un camino mercantilizado. De Sócrates a Tomás Moro. De Galileo a Mahatma Gandhi.
Yo creo que cuando una sociedad identifica de forma casi exclusiva el éxito con el brillo del dinero y de la fama, entra en una espiral arriesgada. Si Kipling ya nos previene con su famosa advertencia acerca de esos dos impostores que son el éxito y el fracaso, más grave me parece aún errar en la diana y considerar que solo tiene éxito quien se ve recompensado por bienes materiales. La sabiduría popular lo resume mejor en frase sentenciosa: «Hay gente tan pobre que solo tiene dinero».
El éxito es un trofeo legítimo también para quien se ha esforzado limpiamente, aunque no ocupe el escalón más alto del podio. La vida es lucha. Pero no lucha a cualquier precio y con cualquier arma. Cuando Cervantes decía: «El hombre bien preparado para la lucha ya ha conseguido medio triunfo» estaba elogiando la disposición a la pelea, avisándonos de los esfuerzos que exige la existencia. Lo terrible es cuando la victoria se convierte en un fin en sí mismo (piensen en las ‘justificaciones’ de ciertos políticos y asesores respecto a los últimos resultados electorales). En un fin por encima del uso ‘instrumental’ que puede darse al triunfo. La cuestión esencial no es por qué he ganado o he perdido. ¿Vencer, para qué? es la pregunta. Parece una nimiedad, pero a los hombres que avanzan en la oscuridad intuyendo por dónde discurre esa sutil línea invisible probablemente son a los que busca Diógenes con su lámpara.