Los acontecimientos en el ámbito de la política autonómica catalana evolucionan a una velocidad uniformemente acelerada. Supongo que es debido a lo que denominan los independentistas con el eufemismo «el proceso». El proceso de secesión, para entendernos. Pero en física, según prueba la tercera ley de Newton –y me parece que también en política– a toda acción le corresponde una reacción. En consecuencia, cuando alguien echa un pulso debe esperar que en el otro lado de la mesa alguien reaccione y empuje para torcerle el brazo y vencer. Aunque a ratos nos domine la sensación de que en el otro lado de la mesa no hay nadie (¿hay alguien ahí, señor Rajoy?) quienes le están echando el pulso a la España democrática tienen que ser conscientes de a quiénes en realidad se enfrentan para no caer en el error fatal de despreciar al contrincante.
Entre otras cosas porque al contrincante, una joven democracia pero de un país muy antiguo y diverso, le indignan los tejemanejes del nacionalismo rampante y saqueador.
Solo cuando el latrocinio sistemático se enquista bajo el blindaje de la ‘anomalía social’ que es el nacionalismo resulta fácil entender que la casta de corruptos piense «de perdidos, al río» y emprenda una huida suicida hacia adelante. Con el motor cada vez más revolucionado. ¿Las consecuencias? Imprevisibles. Pero seguro que no se despeñan únicamente los responsables del estropicio sino otras muchas personas a quienes el delirio de unos cuantos convertirá en víctimas colaterales. Si el famoso «choque de trenes» llega a producirse no creas mi buen Yorick que la vida se va a detener, pasado un tiempo (¿una generación, acaso dos?) todo volverá a su ser. El día antes de los dramas también sale el sol. Igual que al día siguiente.
Pasado el tiempo, estoy seguro asimismo que la historia ofrecerá una nueva versión de la famosa frase de Churchill: «Nunca tan pocos hicieron tanto daño a tantos». Y espero que sus nombres (y los nombres de quienes se sumaron de forma interesada al desvarío) no se pierdan por el sumidero del olvido. Ni les salga gratis.
Un síntoma muy evidente del hartazgo que provoca la desvergüenza y la irresponsabilidad antidemocráticas del bloque secesionista catalán son las frases populares con las que el hombre de la calle resume estos días el conflicto: «Mejor ponerse una vez colorado que cien amarillo». Lo que puede traducirse por medidas legales enérgicas y nada de medias tintas.
Yo creo sin embargo que frente a la orgía sibilina de las élites nacionalistas durante las últimas décadas la ‘respuesta’ por parte del resto de España, incluida Cataluña, no puede ser ¡eso les gustaría a ellos! cualquier medida que alimente de forma explícita su muy rentable victimismo… La respuesta tiene que ser únicamente la que se deriva de la ley y de la democracia, es decir, de la Constitución. Que se aplique con mano de hierro en guante de seda es una cuestión secundaria. Lo importante es que se aplique.