Decía Balzac que en las grandes crisis el corazón se rompe o se curte, que es una traslación elegante del viejo dicho «lo que no mata, engorda». La gravedad de un asunto, la dimensión del problema suele depender de la perspectiva y de la distancia con que lo miramos. Si los prismáticos se colocan al revés van a mostrarnos desde luego una imagen muy pequeña y muy alejada de lo que tenemos enfrente. Elefantes que se convierten en ratones. O a la inversa, microbios que al microscopio semejan monstruos gigantescos.
En política también es relevante la perspectiva del espectador y la distancia al asunto para establecer la dimensión exacta.
Los últimos acontecimientos vividos por un partido histórico como el PSOE son buen ejemplo ilustrativo. Observada sin anteojeras, la situación tras el cisma del último Comité Federal no llega ni a la categoría de anécdota comparada su magnitud con los terremotos y enfrentamientos durante la República y la guerra civil, la larga travesía del exilio o las réplicas telúricas del XXVIII Congreso y la renuncia al marxismo. Por no hablar de aquel «OTAN, de entrada no» ahora paradigmático ante la reciente sucesión de referémdums en otros países europeos.
Cuenta el periodista Carlos Luis Álvarez ‘Cándido’ en ‘Memorias prohibidas’ que sus primeros artículos aparecieron en la revista ‘Juventud’, donde debía mostrarse afecto al Caudillo y al régimen, hasta el extremo de que aprovechó que habían llevado a Madrid el brazo incorrupto de San Francisco Javier y escribió un artículo «en el que decía que San Francisco Javier había entrado en Madrid brazo en alto». Uno de los responsables de la publicación –aclara Cándido– «me dijo que no había que excederse».
Yo percibo un entusiasmo igual de excesivo pero de naturaleza inversa en la forma de echarse las manos a la cabeza y de pregonar el apocalipsis que vaticinan al PSOE los entusiastas ‘cándidos’ y palmeros del populismo. Es obvio que a la acorazada mediática de Podemos en las redes sociales y en sus medios afines les interesa mantener vivo como asunto polémico las diferencias internas del PSOE antes que las suyas propias, pues de este modo además de ‘parasitar’ a la izquierda desvían la atención sobre su propio pandemónium y el de las variadas mareas. Ya lo decía Mao: «El enemigo me sitúa».
Sin negar la evidencia, el PSOE carece de un líder consolidado y debe recomponerse a corto plazo –a ser posible desde los retos de una oposición responsable, sin complejos– no desde el limbo autodestructivo y erosionador de estos últimos meses. A pesar de ello, cabe que se equivoquen en sus previsiones quienes afilan los cuchillos a derecha e izquierda sin reparar en que el partido socialista tiene 137 años de historia, una militancia veterana que no se ha criado en un verano como una tomatera y, sobre todo, varios millones de votantes que cuando oyen tocar a rebato, saben de verdad por quién doblan las campanas.