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De la corrupción y su naturaleza

No quisiera caer en el tópico pero tal vez la reflexión más oportuna ante el delirio de corrupción e irresponsabilidad políticas que sufre España la resume la conocida frase de Bertolt Brecht: «Qué tiempos serán los que vivimos que es necesario defender lo obvio».
Los árboles nos impiden ver el bosque. Todos critican, naturalmente, la corrupción, pero juzgándola con sentido sectario, cuando no interesado. Si reprochas ante alguien de derechas los excesos que está causando la corrupción, lo primero que hará no será reconocerlo sino contrargumentar y recordar que los de izquierdas hicieron o hacen lo mismo… El cainita discurso del «…y tú más». O en el mejor de los casos optar por la equidistancia, reduciendo la naturaleza del mal a un problema general. «Es que toda la vida los políticos han hecho y hacen lo mismo…», vendrá a decir.
Lo terrible es que la corrupción cuando deja de ser un problema anecdótico o circunstancial, cuando supera ese porcentaje digamos… ‘natural’ de manzanas podridas que entran en todos los cestos, se convierte en la gangrena incontenible que acaba devorando al propio sistema democrático.
Por eso resulta incomprensible que en los partidos o en las instituciones en que se descubren ‘manzanas podridas’ la primera respuesta consista en ocultar el hecho y si ‘te han pillao con el carrito del helao’ jugar al despiste o aventurar justificaciones vergonzantes. La ocultación es otra forma de complicidad.
La corrupción es la carcoma que destruye el andamiaje de la casa común. Y además de un problema con nefastas repercusiones económicas inmediatas –el agujero en las cuentas públicas asciende a miles de millones de euros– es una lacra moral de efectos devastadores a medio y largo plazo.
Cuando se trata de corrupción de cuello blanco, promovida por dirigentes de primerísimo nivel, la gravedad crece de forma exponencial. Serían precisos millones de corruptos para sumar, migaja a migaja, las cifras que se manejan en las grandes operaciones contra la podredumbre de las últimas décadas en España.
Por otra parte, vista la cuestión desde la perspectiva de una comunidad autónoma como Extremadura, me parece al menos tranquilizador el hecho de que los niveles de corrupción nunca alcanzarían, por la propia dimensión económica de la tierra, las cotas escandalosas de otras comunidades.
¿Alguien se imagina que dirían de nosotros, los extremeños, si alguno de los presidentes de esta región hubiera sido acusado de enriquecimiento ilícito y de la retahíla de presuntos delitos a los que se enfrentan el expresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González; el expresidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol o el exministro Rodrigo Rato, entre otros?
Es cierto que nadie debe derribar la presunción de inocencia y que la última palabra la tiene la justicia. Pero tampoco conviene olvidar la propia naturaleza de los delitos (no es igual meter la mano que meter la pata) ni olvidar lo que decía Albert Camus: «Inocente es quien no necesita explicarse». Así de simple.

Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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