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Cataluña, la ley y la violencia

HACE poco me inquietaba si la farsa separatista en Cataluña derivaría en esperpento o en tragicomedia. Ahora lo que me inquieta es saber si el tren sin frenos acabará en la Padania o en los Balcanes…
Supongo que a la carcunda nacionalista y a sus esforzados compañeros de viaje les embargará (metafóricamente, claro) igual entusiasmo que a los agricultores el primer día del Diluvio Universal: «¡Qué buena cosecha vamos a tener este año!». Quiero decir que tras los episodios del 6 y 7 de septiembre en el Parlament, el megaparipé del 1 de octubre, los engolados ‘autoaplausos’ por la ‘heroica’ proeza de pisotear la ley, la democracia y los derechos constitucionales del conjunto de la sociedad catalana igual esperaban que la respuesta del resto de España siguiera siendo más diálogo, subir la puja y una palmadita en la espalda.
Anoche Puigdemont arengó a los suyos como si se tratara del primer día del Diluvio Universal. ¿Piensa quizás que sus acciones van a quedar impunes? Alfonso Guerra ha sido el último que ha insistido en la evidencia del cuento sobre ‘El traje del emperador’. El veterano dirigente socialista ha tenido que insistir en esas verdades como puños que la ‘posverdad’ y ‘poslegalidad’ independentista tratan de presentar como género averiado. ¿Qué verdades? Pues el carácter esencialmente reaccionario de los nacionalismos (sobre todo de los nacionalismos identitarios o supremacistas), la interesada ‘confusión’ entre el conjunto de la sociedad (¡somos todo un pueblo!) y la ciudadanía con ánimo sectario; el desprecio ‘de facto’ a la soberanía nacional, representada por el conjunto de España y no por los habitantes de un territorio…
Es cierto que casi toda la culpa de lo que está ocurriendo hay que atribuírsela a los dirigentes nacionalistas y populistas que con ánimo transgresor han sepultado la Constitución para situarse –sin rodeos– fuera de la ley, es decir, al margen de la democracia. Y me da igual que lo hayan hecho forzados por sus nuevos ‘compañeros de viaje’ o como quien huye perseguido por la sombra alargada del latrocinio y las corrupciones. Es así, pero el porcentaje de culpa restante corresponde a quien consintió que el enfermo empeorara sin aplicarle medidas quirúrgicas cuando la operación resultaba menos traumática.
Creo que no tiene mucho sentido preguntarse a estas alturas si son galgos o son podencos. Lo hecho hecho está; procede resolver la avería: lo urgente y a la vez importante; retomar la senda constitucional y garantizar la única legalidad posible y democrática. ¿Cómo hacerlo? Ahí es donde todos los implicados directamente tendrán que mover ficha. El Gobierno de la nación y los representantes políticos de todas las administraciones en Cataluña. La gravedad es extrema. Las apelaciones a la responsabilidad, generales. ¿Límites? Acaso la conocida y sabia advertencia de Lanza del Vasto: «Ningún conflicto se resuelve por la violencia porque la violencia es el conflicto mismo». ¿Hay tiempo?

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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