Cuando un diplomático dice «sí» quiere decir «quizá»; cuando dice «quizá» quiere decir «no», y si dice «no» no es diplomático. Ese viejo dicho confirma mi buen Yorick que esta patulea de dirigentes políticos, ahora por desgracia en la mente de todos, son ajenos al cuerpo diplomático y por descontado, incompatibles con las mínimas normas de la decencia democrática y legal.
«Si me engañas una vez, tuya es la culpa. Si me engañas dos, la culpa es mía», dejó escrito el filósofo griego Anaxágoras.
A un país como España, experimentado en sufrir durante años ‘treguas trampas’ del terrorismo y otras iniquidades, las argucias de «sí, pero no» le causan forzosamente antes que indignación, vergüenza e hilaridad. Para comprobarlo basta entrar en las redes sociales y carcajearse con los abundantísimos ‘memes’ y parodias que suscitan los últimos episodios del innombrable y poco honorable protagonista.
Como en la vieja fábula, el parto de los montes fue un ridículo ratón. O si acaso, el par de cigüeñas que anida –en uno de los montajes humorísticos– sobre el pelucón del sujeto. O el camarote de los hermanos Marx simulando su salón de reuniones; o el acto de la firma del ¿acta? de la independencia; o al diputado que ganó en el sorteo una impresora portátil… Humor y desenfado. Quizás el mejor contrapunto al desbarre de quienes además de transgredir las normas legales del respeto y la convivencia democrática se obstinan en la mentira como arma política y estrategia partidista.
¿Alguien cree que puede edificarse una sociedad estable, justa y próspera sobre la base de la mentira, la tergiversación y el engaño? ¿Alguien puede creerse que siendo esa región una de las más desarrolladas y beneficiadas por todos los gobiernos de España desde tiempos inmemoriales se trata de una tierra «oprimida» política, cultural o socialmente? ¿Cuánto tiempo pueden sostenerse trolas tan descomunales sin causar sonrojo? Por no hablar de la ‘mitificación’ de un pasado que olvida u obvia detalles relativos a la convivencia sin los que resulta incomprensible o más falso que el cartón piedra de un decorado cinematográfico. «Nadie puede engañar a todos durante todo el tiempo», dijo el presidente Abraham Lincoln.
Hay un viejo poema de Jon Juaristi: ‘Spoon river, Euskadi’, de su libro ‘Suma de varia intención’ (1987) que a mí me encanta y que se ha citado más veces como explicación del ‘lavado de cerebro’ y de la atmósfera que propició el doloroso delirio terrorista en el País Vasco. Dice así:
«¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes, / y por qué hemos matado tan estúpidamente? / Nuestros padres mintieron: eso es todo».
Salvando las evidentes –gracias a Dios– diferencias de muertes por terrorismo en una comunidad y otra, no conviene minusvalorar en cualquier caso el peligro de la mentira, del engaño, de la falsedad como origen y causa de las más graves enfermedades sociales; es decir, del progresivo envenenamiento de la convivencia. Ante ese riesgo (aunque sea latente) poca broma.