Leyendo estos días las informaciones acerca de los sobresalientes y convalidaciones con papeles que no estaban y que ahora aparecen del máster de Casado uno se acuerda del viejo chiste del alumno al que tranquilizan antes del examen diciéndole que como estaba recomendado le harían preguntas muy fáciles.
–«¿Quién descubrió América?».
–«Cristóbal Colón», –respondió raudo el joven.
–«¿Y cuántas orejas tenía Cristóbal Colón?».
–«Dos» –contestó satisfecho.
–«Muy bien, puede marcharse», –le indicaron desde el estrado.
El alumno se dio la vuelta y cuando iba a mitad de pasillo se dirigió de nuevo al tribunal: «¡Y una oreja a cada lado, que quiero nota!».
Aparte del simbolismo y recorrido que la oposición quiera conceder al asunto del máster, creo que se trata de un pozo sin demasiado petróleo y desde luego sin la dimensión ni el morbo del ‘expediente Cifuentes’. El señuelo ha servido para que reparen en la presa quienes están obligados profesionalmente a mirar con lupa (empezando desde las propias trincheras del fuego amigo) pero tengo la sensación de que aquí los reproches que caben son de carácter estético (más que legal) descontados los de una titulitis galopante por innecesaria.
Me parece que las peores consecuencias del ‘falso señuelo’ no son la falta de enjundia como reproche político, sino que está sirviendo de pantalla para distraer a la opinión pública de asuntos infinitamente más graves y onerosos para la democracia y para el conjunto de España. Pongamos que pienso en Cataluña, en el trato de favor que se dispensa a la banca en este país (a costa de la ciudadanía, claro), en el mantenimiento de un sistema de pensiones sostenibles, en el índice del paro juvenil o en cómo puede afrontar un Estado en evidente riesgo de asimetrías por el horizonte, cuestiones como la financiación autonómica, la despoblación o la falta de tejido industrial. Ante palabras mayores como esas, la titulitis de Casado deviene en filfa, el chocolate del loro o pura dinamita pa los pollos.
Acaso la principal enseñanza que puede extraerse del culebrón del máster es la necesidad de que los partidos políticos –sin excepción– se centren en tareas que justifiquen su responsabilidad pública y no se dediquen a la caza al salto de la anécdota, a entretener el tiempo con la búsqueda de los siete errores o a discutir acerca de si son mastines o podencos mientras los auténticos lobos se zampan o malhieren a las ovejas del rebaño, que somos el resto.
La política concebida como rifirrafes domésticos y alicortos es el verdadero fracaso de la política, su negación. La política de las distracciones, de las ‘ocurrencias’, dando por hecho que lo malo de hoy se olvida mañana, que la memoria es débil, al final solo sirve para dejar ejemplos de recortes nefastos o de incompetencias desairadas. Sin altura de miras y perspectiva moral, no hay política que sobreviva: solo arraiga el fracaso. Aunque pida nota.