En la película ‘El topo’, basada en la obra de ese maestro de las novelas de espías que es John Le Carre, hay una escena llena de humanidad y perspicacia en la que el veterano George Smiley, en tiempos de la guerra fría, le relata a un joven colega de los servicios británicos cómo fue el único encuentro que tuvo en su vida con Karla, el jefe del espionaje soviético. El revés del espejo al otro lado del telón de acero. George Smile cuenta que al final de aquella reunión, Karla no aceptó ningún tipo de negociación y prefirió viajar hacia donde creía que le esperaba la muerte «antes de rendirse».
–Y por eso sé que podemos vencerle –añade Smile– porque es un fanático, y los fanáticos siempre ocultan una duda secreta.
El fanatismo está siempre emparentado con la falta de razón. Desde posiciones auténticamente democráticas, razonar, respetar la verdad, dialogar, son términos incompatibles con el fanatismo, se exprese este con violencia física o sin ella, porque el fanatismo siempre implica en cualquier caso ‘violencia moral’. El viejo axioma: «Rasca en un fanático y hallarás una herida no cicatrizada» resume mejor que cualquier tratado de psicología social los estragos que están causando el populismo de la posverdad, los nacionalismos étnicos, los supremacismos de aldea y otras supersticiones que abonan el adoctrinamiento mediático y el arrinconamiento contumaz de la razón ante cualquier efluvio de ‘sentimentalidad’. Adiós al hombre, al ciudadano, en beneficio del tótem y de la tribu…
Aún resuenan las palabras de Torra en mayo de 2018, durante su toma de posesión como presidente de la Generalitat: «No nos rendiremos nunca». Más otras cuentas previas de la misma o similares letanías: «los españoles solo saben expoliar», «vergüenza es una palabra que los españoles hace años que han eliminado de su vocabulario», «no vamos a defendernos en ese juicio, sino que vamos a acusar al Estado español de haber promovido una causa contra el independentismo». Actitudes consecuencia lógica del ‘procés’ y diariamente reactivadas por ejemplo con iniciativas sectarias y discriminadoras con la mitad de la población de Cataluña como el viaje ‘propagandístico’ a Estados Unidos, donde un embajador de España tuvo que salir al paso y cantarles las verdades del barquero. Pacífica y democráticamente. Un fanatismo que impregna las múltiples decisiones de ese Parlament ‘cerrado’ que juega con el cínico argumento del victimismo invertido: presentarse como ‘golpeados’ quienes en realidad son los ‘golpistas’. Cuánta razón tiene Voltaire: «Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es casi incurable».
Por suerte, frente a toda esa carcunda dopada por el separatismo, España responde con el respeto a la ley y a la democracia que se derivan de la Constitución. Y a pesar de las provocaciones y desafíos independentistas, en las calles no faltan las sonrisas ni siquiera el espejo revelador de Tabarnia. El tiempo corre contra el fanatismo porque como dice Smile, «los fanáticos siempre ocultan una duda secreta». Y a la ONU no le caben dudas, sin embargo, de a qué colonias puede aplicarse con justicia el derecho de autodeterminación.