En su artículo ‘Tres sociedades’, publicado en 1959, tres años antes de su muerte, sostiene Julio Camba que, mientras el francés se iba al campo todos los domingos, el inglés se quedaba en casa y el español se metía en el café, a pesar de existir estadísticas que probaban que tras el regreso del campo y del café, el parisiense y el madrileño «se encontraban más fatigados el domingo que cualquier día de la semana de vuelta del trabajo». En el breve tratado de costumbrismo e ironía de aquel artículo Camba regalaba al lector alguna otra revolera, por ejemplo: que el español, que sigue siendo en el fondo de su alma un hombre de café, «se encuentra con que de repente le han birlado los cafés y no tiene donde meterse».
Desconozco cuál era la situación de nuestra hostelería en 1959 para que formulara tal lamento. ¿Quizás el ‘desarrollismo’ de los primeros Seat 600 contribuyeron a promover las salidas familiares al campo y a restar clientela a los cafés? En el caso de España, desde luego, lo primero que sorprendería a Camba si ahora tuviera que volver a escribir sobre el asunto, es que el tiempo de descanso no se limita tan solo al domingo sino que ocupa por fortuna el fin de semana. O mejor, el ‘finde’, como se conoce coloquialmente ese periodo que abarca desde las tres de la tarde del viernes hasta las jornadas del sábado y del domingo completas.
Qué tiempos aquellos en que la cuestión a dilucidar eran las formas predominantes del ocio dominguero, no el ocio vinculado a la sociedad digital y a la globalización, donde la gente en vez de encerrarse en sus casas y no hacer nada, se dedica a machacarse con la bicicleta (estática o de montaña) y al «visionado bulímico de series televisivas», característico, según el pensador surcoreano Byung-Chul Han, de nuestro consumo mediático y de nuestro ‘modo’ de percepción dominante. Byung-Chul Han, autor del libro ‘Buen entretenimiento’ (Herder Editorial) reconoce en una entrevista en ‘El Mundo’ el potencial emancipador del medio digital, al tiempo que nos previene sobre ciertos riesgos de las redes sociales: «La comunicación digital es a menudo muy emocional. Twitter ha resultado ser un medio emocional. Permite descargar inmediatamente las emociones. La política que se basa en él es una política emocional, que ya no es política en sentido propio. Trump no gobierna: tuitea», concluye.
Pienso en el riesgo que entraña la unión de esos dos factores a los que se refiere el filósofo surcoreano: el consumo bulímico de series televisivas y las ‘apoteosis’ emocionales que se multiplicarán, como bombas de racimo, al amparo de las redes sociales. Más aún cuando dicho ‘consumo masivo’ en vez de estar centrado en series televisivas, afecte directamente a temas de actualidad: digamos las próximas campañas electorales o el juicio a los políticos procesados por el 1-O, retransmitido en directo como una realidad virtual que se entremezcla de forma paralela y simultánea con millones de tuits y juicios de valor en Internet durante varios meses. Una coctelera con un batido imprevisible y quién sabe si nutritivo o tóxico.