De niño yo quería ser muchas cosas. Una de ellas era periodista, o escritor, pues entonces ambos universos se presentaban en mi imaginación como un territorio mestizo del que tampoco conozco ahora, por otra parte, sus fronteras precisas. El caso es que a los diez o doce años me puse a escribir un relato -por supuesto en primera persona- para contar las aventuras de mi alter ego y protagonista de la historia: un chaval que se perdía en la selva durante un safari en el Congo. Deudor de las fantasías de Salgari, Stevenson y Julio Verne, mi aventura acababa bien, con todos los personajes sanos y salvos recreando alrededor del fuego sus arriesgadísimas peripecias entre guerreros feroces y animales salvajes.
Ayer se hacían eco los periódicos de un reportaje publicado por ‘The New York Times’ donde se cuenta la odisea de un niño de 13 años, Francisco Hernández, de origen mexicano, que padece el síndrome de Asperger (una variante del autismo que impide comunicarse y relacionarse con normalidad) y que ha deambulado perdido once días en el metro de Nueva York. El chaval se escapó por temor a una reprimenda casera y sobrevivió comiendo dulces, patatas fritas y golosinas que encontraba en los kioscos del laberinto suburbano.
Los padres del pequeño reprochan a la policía el no haberse preocupado hasta pasada una semana por el paradero del menor. De hecho, le reconoció un oficial en una estación de Coney Island porque previamente la madre había sembrado la ciudad de fotografías del chico con este mensaje escrito en español: “Franky, vuelve a casa. Soy tu madre, por favor vuelve, te quiero, mi pequeño”. La policía le había dado por desaparecido y creía que se había marchado de la ciudad. El padre de Franky trabaja en la construcción y la madre se gana la vida limpiando casas y escaleras. La madre cree que la policía no se aplicó intensamente en su búsqueda acaso por ser mexicano…
Cuando se escapó, el niño llevaba en la mochila un bocadillo y 11 dólares. Aprovechó los servicios del metro para hacer sus necesidades y asearse. No pidió ayuda a nadie, pero tampoco nadie se interesó por él. Los expertos advierten que no todos los que padecen el síndrome de Asperger son iguales, aunque a todos les cuesta comunicarse y relacionarse con los demás. En la selva o en la ciudad. Se llamen Newton, Einstein o Franky Hernández. Pero su historia ha terminado bien, como las novelas de Julio Verne o de Robert Louis Stevenson.
Ya en casa le preguntaron al pequeño si algún pasajero del metro se había extrañado por su presencia o se había interesado por su situación. Su respuesta fue escueta, como su conversación habitual: “A nadie le preocupan los demás”.