Hace años el periodista Carlos Luis Álvarez, ‘Cándido’, escribió en ‘ABC’ una preciosa columna titulada ‘El elefante y el ratón’. Concebida a modo de fábula, se preguntaba qué ocurriría si un elefante y un ratón discutiesen en el zoo respecto a la jaula que debiera corresponderle a cada uno. Su idea es que seguramente no llegarían a un acuerdo, pero argumentaba que si el ratón se diese cuenta de que el elefante era mucho mayor y el elefante a su vez fuese consciente de que la movilidad del ratón era superior a la suya, la coexistencia entre ambos es posible que fuera un hecho.
Nos recuerda también las diferencias sustanciales entre el corazón del elefante y el ritmo de sus latidos (25 a 28 veces por minuto) y el corazón del ratón y su ritmo cardiaco, bastante más vertiginoso: de 520 a 780 pulsaciones. A partir de ahí el lector entiende que esos dos animales son únicamente el símil que desemboca en el mundo de la política, según el columnista, en el «abismo que separa a las derechas de las izquierdas», aún más distanciadas de lo que podrían estar, por razones biológicas y orgánicas, el ratón y el elefante.
«El elefante opera con verdades absolutas, y el ratón hace lo mismo», razona Cándido. «Ambos tienen razón, sin duda alguna, pero esto no importa nada. El hecho verdaderamente feliz consiste no en que la criatura tenga razón, sino en que sea razonable. Un hombre que no tiene razón pero que es razonable, es bastante más útil a la sociedad que un hombre que tiene la razón y está convencido de ello hasta límites agresivos. Podríamos decir que lo que pierde al elefante y al ratón es el dogmatismo de sus puntos de vista».
Arremete contra lo desacertadas que parecen las actitudes tajantes, absolutas, centrales, de aquellos que no distinguen el modelo de la realidad. Discrepa de quien se empeña en el «geometrismo obsesivo», de quien únicamente está situado en un lado del espectro político y considera que esa posición debe ser tan firme e intemporal como las pirámides de Egipto.
En aquella columna –escrita antes de la transición a la democracia– el periodista disparaba por elevación y en el fondo defendía una concepción dialéctica y no fosilizada de la vida política. Era una parábola para tiempos en que había que leer entre líneas.
En estos días de desafección política, de sacudidas con la corrupción al fondo, parece urgente destacar la importancia de ser razonable más que de tener razón. El panorama no invita a entusiasmos, pero sigue habiendo más políticos honrados que políticos ladrones; igual que hay más médicos honrados que médicos ladrones o más arquitectos honrados que arquitectos trapaceros.
Lo bueno de las sociedades democráticas es que no hay que leer entre líneas y que los corruptos al fin son descubiertos y juzgados (espero). Lo bueno también es que a estas alturas el final del artículo de Cándido nos puede resultar hasta gratuito: «Será formidable el día en que el ratón y el elefante se enteren de que los dos son mamíferos». En el ‘zoo’ de la democracia esos dos animales saben que tienen que convivir.