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¿Vuelve el dilema de ruptura o reforma?

Estos días de aceleradas pugnas políticas me hacen rejuvenecer. No sé a qué dirigente acabo de oírle hablar del «búnker» para (des)calificar a los representantes de otra formación adversaria. La verdad es que el vocablo en ese contexto me sonó a pura antigualla, como las expresiones ‘estraperlo’, ‘gasógeno’, ‘cartilla de racionamiento’, ‘niño litri’…, que solo se oyen en la película ‘Canciones para después de una guerra’ o en las novelas realistas de la llamada ‘generación de la berza’. Más antiguo que los balcones de palo, que decimos en Extremadura.
Eso del ‘búnker’ creo que pertenece a la fraseología de la etapa predemocrática, cuando se discutía si «ruptura» o «reforma» y aún no nos habíamos desperezado de la posguerra y una dictadura de cuatro décadas más la barbarie de un terrorismo ignominioso que puso muertos encima de la mesa un día sí y otro también…
Así que la palabra «búnker» en boca de un político, y con el sentido de dardo que se lanza para dañar, me transporta a los años predemocráticos, cuando aún no había rendido sus frutos la Transición. Y quizás no sea casual ni gratuito que alguien opte por ese término. El lenguaje nunca es inocente. Y más si es lenguaje connotativo.
Vivimos la apoteosis de la etiqueta; la orgía del reduccionismo; la revolución de la consigna, del mensaje corto e incluso del chascarrillo. Pasados por la batidora de las redes sociales, los padres del discurso consiguen que cristalice en el imaginario colectivo cualquier ‘ocurrencia’ con vocación de idea, aunque su relación con una verdad objetiva, racional, verificable, sea inexistente. El caldo de cultivo ideal para el eslogan y la propaganda, como conocen muy bien quienes se mueven de forma habitual con estructuras y en sistemas populistas.
Si es cierto como sostenía el escritor inglés Bulwer-Lytton que «una reforma es una corrección de abusos y una revolución una transferencia de poder», en España estamos a punto de penetrar en el túnel del tiempo y remontarnos a la etapa predemocrática, cuando la porfía central era ruptura o reforma. Es decir, borrón y cuenta nueva o convivencia sobre la base de una legalidad que no cabía improvisar (y sobre todo, que no cabía ‘obviar’) de la noche a la mañana…
La guinda de aquel pastel fue la Constitución de 1978, es decir, el mayor periodo de desarrollo y convivencia en paz de los españoles durante muchos siglos. Yo creo sin embargo que tienen razón quienes consideran necesario remozar y actualizar la Carta Magna. Otra cosa es sugerir lecturas equivocadas de la realidad hasta el extremo de contabilizar como apoyo incondicional a su barricada los ataques de nuestro Don Quijote contra los molinos de viento. Me parece legítimo e incluso imprescindible que se proceda, según la formula Bulwer-Lytton, a la «corrección de abusos», pero para «transferencias de poder», nada sin el visto bueno del pueblo soberano.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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