Supongo que buena parte del éxito de las redes sociales se sustenta en la brevedad. Un valor prestigiado desde antiguo: «Lo bueno si breve, dos veces bueno», resume el dicho popular bastantes siglos después de que Tales de Mileto lo intuyera también a su manera: «Muchas palabras nunca indican mucha sabiduría». Un lema que sirve, paradójicamente, para refutar y confirmar, al mismo tiempo, el triunfo de los superventas en la literatura y la apoteosis de los tuits en la galaxia digital. Sin embargo, no todos los ‘tochos’ de cientos de páginas contienen mayoritariamente la corcha de la torpeza ni los chispazos breves encierran, a la fuerza, sabiduría. En ocasiones, tras el chisporroteo del ingenio solo luce el chiste fácil, el guiño hueco de la gracieta.
A pesar de su prestigio antiguo: «Sé breve en tus razonamientos; que ninguno hay gustoso si es largo» (Cervantes) y el convencimiento general de que en los proverbios y en los refranes se encierra la sabiduría de los pueblos, yo creo que la brevedad está sobrevalorada; con la excepción, claro está, de todo lo escrito por Monterroso, ¡salve, Augusto!, que son palabras mayores.
Creo que ya he referido alguna otra vez lo que cuenta el mexicano Gabriel Zaid en torno a la influencia de los libros. En su opinión, si en el ámbito de habla española se esperó hasta 1966 para traducir al castellano una obra como la ‘Fenomenología del espíritu’
–«sin que mientras tanto se haya caído el mundo de habla española por falta de Hegel»–, apostillaba zumbón, cabe preguntarse sobre la influencia de ciertos títulos en los círculos cultos y «ya no digamos en las masas».
Lo que deseo apuntar es que si hablamos de literatura considero tan válidas las obras extensas como las breves. La Odisea o los cuentos de Monterroso. Pues su valor no radica tan solo en la extensión. Pero si de lo que se trata es de juzgar argumentos filosóficos, proyectos de vida, programas políticos, desconfío de la brevedad. Ahí son precisos diferentes criterios. Los profetas de la brevedad en la literatura, sí; en la política, no. Sí al ingenio, a la inteligencia y a la belleza concentradas en un poema, en un artículo, en una novela. No a la simplificación del eslogan, al argumento espasmódico.
El penúltimo conflicto generado por el ‘procés’ y el separatismo cavernícola se vivió ayer a cuenta del eufemismo ‘relator’, ‘mediador’ o ‘facilitador’ que con carácter internacional pretenden imponer en su chantaje a la España constitucional y democrática. Formulados en abstracto, ‘diálogo’ o ‘derecho a decidir’, son simples mantras destinados a socavar la integridad territorial. Aceptar tales espejismos es asumir intereses espurios. No vale el trágala de la tergiversación.
Ahora que se acercan elecciones, resulta imprescindible desechar la simplicidad de la propaganda, el chascarrillo de lo visceral. Ninguna apuesta política se perfila con cuatro brochazos ideológicos, por muy salpicados que lleguen de populismo, separatismo, tactismo resistente o promesas de futuro tan artificiosas como el brilli brilli. Si hablamos de política, coherencia y rigor. Poca broma. «Toda frase breve acerca de la economía es intrínsecamente falsa», decía el economista inglés Alfred Marshall. Más claro, agua.