Entre las circunstancias de la ‘modernidad líquida’ (Bauman) en que habitamos, son muy reconocibles el individualismo, la caducidad de los valores y el ritmo vertiginoso de los cambios. Empezando por la velocidad con que sucumben en la memoria algunos problemas que ayer nos parecían insalvables y hoy apenas recordamos. Lo volátil de los hechos y el ritmo cada vez más acelerado de los acontecimientos que imponen los medios de comunicación (incluidas las redes sociales) favorecen una ‘construcción’ laberíntica de la realidad. De tal modo que, para enjuiciar con detalle contenciosos como el ‘brexit’ o el ‘procés’, por ejemplo, son precisos miles de datos y estudios tan prolijos que en unos cuantos meses han generado documentación suficiente para competir, en espacio, con la colección completa de la Enciclopedia Británica. Realidades complejas, poliédricas y cambiantes. Es una sensación que entiende muy bien cualquier espectador que siga estos días, sin ir más lejos, la retransmisión en directo del juicio por el 1-O en el Tribunal Supremo. Un ovillo del que resulta difícil precisar el color y más aún la punta del hilo, para desenredarlo y tirar de él…
No obstante, si hay que acudir a un episodio que ilustre de forma paradigmática el ritmo vertiginoso de los sucesos en nuestra modernidad líquida, ahí está el paso de Silvia Clemente desde su condición de expresidenta de las Cortes de Castilla y León en las filas del PP a su condición de participante en las primarias de Ciudadanos para optar, como independiente con la marca naranja, a la presidencia de la Junta de Castilla y León. Un giro sin solución de continuidad. Ayer bajo unas siglas y hoy bajo otras; sin vértigo, en cabeza.
La política solo es un ejemplo, acaso de los más visibles por la atención mediática que recibe. Pero la modernidad líquida, como es sabido, se extiende por todos los ámbitos de la sociedad. Probablemente la vida de nuestros abuelos estaba pautada por fotografías en momentos contados: primera comunión, el paso por la escuela, ¿tal vez la mili?, la boda… En nuestros días ese pespunteo de imágenes se ha convertido en una orgía de selfis que en el mejor de los casos pululan en la nube o se perderán en la nada digital. Apenas fragmentos que nos permiten descubrir a qué ritmo avanza la máquina. En términos de actualidad, el ‘caso Cristina Cifuentes’ podría parecer algo del siglo pasado, si no fuera porque la Fiscalía acaba de solicitar para ella tres años y tres meses de prisión por inventarse un máster, por inducir, «a sabiendas», la falsificación del acta que acreditaba haber hecho el trabajo de postgrado. El bucle del tiempo.
Dice Joubert que la memoria «es un espejo que guarda, y guarda para siempre. En él no se pierde nada, ni nada se borra. Pero se empaña y no se ve nada». ¿Quién se acuerda de Pla? Del paño de la ocultación y del ninguneo al escritor ampurdanés por parte de las instituciones catalanas de su época, escribe esta semana justamente el periodista Santiago Molina Ruiz. Claroscuros político-culturales. Sospecho que la modernidad líquida planta a diario un bosque de sombras.