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Fco. Javier M. Romagueras

Catalana con Jamón

Reclutas catalanes de 1939, 1940 y 1941 en Cáceres

Soldado catalán pasando bajo el Arco de la Estrella

Soldado catalán pasando bajo el Arco de la Estrella

Una de las cosas más fascinantes de ordenar papeles, es que siempre descubres algo sorprendente e insospechado. ¡Y eso que tú eres el propietario de esa montaña de folletos, revistas y libros que, por fin, has podido meter un poco en cintura! Esto es lo que me acaba de suceder al descubrir un modesto opúsculo, de la era preinternet, escrito a máquina en catalán, con del título 1939-1989. Cinquantanari de l’arribada a Caceres. Lleves 1939, 1940 y 1941. En la portada un dibujo a dos tintas de un soldado con barretina pasando bajo el Arco de la Estrella cacereño.

No recuerdo bien el origen de este documento, aunque deduzco de su lectura, que debió llegar a mis manos con motivo del viaje que hicieron a Cáceres, en 1989, los supervivientes de las quintas de 1939, 1940 y 1941, que llegaron a la ciudad destinados al Regimiento de Infantería Argel nº27. De hecho, esta breve publicación mecanografiada, de apenas 16 páginas en formato A5 apaisado, fechada en Barcelona, en enero de 1989, lo que hace es relatar el deseo de los autores de celebrar los 50 años de su llegada a Cáceres, viajando de nuevo a la ciudad. Cosa que, efectivamente, hicieron.

LA PENYA CÁCERES

El texto, que lleva la firma de Juli Bassets, narra como el primer miércoles de cada mes se reunía a comer un grupo de miembros de las quintas de esos años, que coincidieron en 1939 en Cáceres. El lugar de estos encuentros era el modesto restaurante El Lince, a pocos metros de la céntrica Plaça de Catalunya barcelonesa, en la calle Tallers, esquina con la calle de Les Sitjes. Allí, en el primer piso, figuraba una placa con la siguiente leyenda: Abril 1939 – Abril 1986. Testimonio de buena amistad y camaradería entre un grupo de amigos de las quintas del 39 al 41. Encuentro en la calçotada de Valls de 16 de abril de 1986. PENYA CÁCERES.

El autor explica que escribir sobre los hechos pasados y presentes, en los que ellos fueron protagonistas, lo hacen con la ilusión de vivir colectivamente un hito suficientemente importante como es el del CINCUENTENARIO de nuestra llegada a Cáceres, así como de la amistad iniciada entonces y continuada a lo largo de medio siglo.

Posteriormente se narran los testimonios de 3 de los participantes en aquellas reuniones, uno perteneciente a cada una de las tres quintas, movilizadas en 1939, y que se encontraron en tierras extremeñas. Se trata de Miquel Obrador, de la quinta del 41, que partió de Barcelona en 2 de abril. De Eloi Barros, que la quinta del 40, cuyo tren partió de la barcelonesa Estación de Francia, el 8 de abril. Y de Ángel Hernández, de la quinta más veterana, la del 39, que partió el 29 de abril.

REGIMIENTO ARGEL

Cuartel de infantería d Cáceres (Foto Juan Guerrero)

Cuartel de infantería de Cáceres (Foto Juan Guerrero)

Detalles al margen, el relato de los tres coincide en un larguísimo trayecto, entre cuatro y seis días, pasando por Tarragona, Zaragoza, Soria, Burgos, Valladolid, Salamanca y, por fin, Cáceres. Como explica el autor del texto aquellos chicos de las quintas del 41, 40 y 39, que salieron de Barcelona para incorporarse al ejército vencedor, fuimos todos nosotros… lo que escriben tres de nosotros y las coincidencias, muestran bien a las claras que el común denominador fue el mismo: atravesamos una tierra martirizada, a trozos herida por la guerra y empobrecida por todas partes, situándonos en el otro extremo de España y encontrando, al hacerlo, las mismas dificultades: paradas larguísimas, vías muertas, más frío o más lluvia, sin paja o con paja en el vagón, comida caliente o fría, pasando hambre o sintiéndonos saciados, esto solo fueron la circunstancia del momento y de cada expedición. Lo importante, el punto en común: Cáceres, Regimiento de Infantería Argel, nº 27.

Los tres testimonios coinciden en definir la llegada a Cáceres como dura, de cierto recelo y poco cordial por parte de la población. Total que, llegados a Cáceres -continúa la narración- destinados a unas compañías de Depósito, por las que pasaban todos los hombres que llegaban al cuartel, unos provenientes de unidades disueltas, otros de campos de concentración, comenzó el gran trasvase provocado por el fin de la guerra… intentando adaptarnos a una nueva forma de vida y trato, hasta llegar a integrarnos en una ciudad que, con el paso de los días, nos parecía menos hostil y sus habitantes también comprobaban que los catalanes no tenían ni cuernos ni rabo, como temíamos pensaría más de uno de los que nos miraban con cierta prevención nada más llegamos.

SIMBIOSIS CATALANO-CACEREÑA

Aunque algunos marcharon a otros destinos, por voluntad propia o forzada, se constituyó un importante núcleo de unos doscientos catalanes que ocuparon múltiples puestos dentro de las dependencias militares: carpinteros, jardineros, secretarios y mecanógrafos de los juzgados, administrativos en el Gobierno Militar, parque automovilístico, farmacia, biblioteca, clases para analfabetos… con todo ello fueron afirmándose en un nuevo ritmo de vida y de relación, produciéndose una verdadera simbiosis entre cacereños y catalanes porque, formados cada uno de nosotros en un concepto de trato y educación que se apartaba del soldado clásico, manteníamos una relación de correspondencia e igualdad con la población civil, de modo que en muchas manifestaciones ciudadanas éramos uno más, ya fuese en Acción Católica, en un festival en el Teatro Principal o formando la casi totalidad del equipo del fútbol del Cacereño.

Así lo reflejaban las crónicas periodísticas años después, con motivo de la visita de un grupo de aquellos reclutas catalanes a la ciudad: los catalanes constituyeron por los años 1939-1941 una auténtica familia dentro de los cacereños. Procedían de la laboriosa región española y vinieron aquí a prestar el servicio militar. Se vincularon tanto a nosotros que constituyeron un grupo de gran entidad entre los cacereños. Su manera de ser y comportarse les mereció el reconocimiento y general aprecio de los hombres y mujeres de esta tierra. Y así algunos de ellos contrajeron matrimonio o dejaron las mejores amistades. Hasta en lo deportivo, quién no recuerda al célebre Meseguer, un extraordinario defensa, del que vimos las mejores exhibiciones en el antiguo campo de Cabezarrubia.

EL HOY DE BADAJOZ

Entre las diferentes anécdotas que jalonan este documento de recuerdo de aquellos años, se cuenta una que tienen que ver con el diario HOY. Eloi Barros, el representante del reemplazo de 1940 explica que, al ir aproximándonos al centro de la ciudad, unos chicos, con fajos de periódicos bajo el brazo, corrían gritando “ha llegado el HOY, ha llegado el HOY”. Y, fonéticamente, tanto mis compañeros, como yo mismo, entendíamos Eloi, que es mi nombre de pila… lo que motivó que me mirasen con gran respeto, a lo que, por mi parte, sin saber el porqué del pregón, y con cara de circunstancias y no de demasiado convencido, respondí con un “pronto se han enterado”. Casi no hace falta decir que el diario de Badajoz, el HOY, fue la causa de la confusión.

Al margen de las vivencias personales de cada uno de aquellos jóvenes catalanes, lo cierto es que, tras tres años de convivencia, la huella se hizo indeleble, como refleja Juli Bassets casi al final de su relato: hay la total afirmación de que después de nuestra tierra que todos queremos, tenemos bien arraigada la estima a la tierra extremeña, que comenzamos a conocer y querer en nuestra juventud, no siendo suficientes 50 años para que la olvidemos. Amigos, amores y matrimonios surgieron de una total integración en el día a día de una ciudad como el Cáceres de aquellos años.

Lo que en aquél ya lejano enero de 1989 se planteaba como un deseo, ir a Cáceres para celebrar el cincuentenario de su llegada a la ciudad, se convirtió en realidad. Y ahora he podido rescatarlo del recuerdo gracias a ese impagable ejercicio de descubrimiento que es poner en orden los papeles.  

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