Decíamos en un artículo anterior (“Radiaciones electromagnéticas no ionizantes”) que el beneficio o el daño que puedan provocar la recepción de las radiaciones electromagnéticas va a estar muy ligado a su energía, y atendiendo a la energía que las acompaña, las radiaciones se clasifican en ionizantes y no ionizantes, exponiendo en el citado artículo las características de las radiaciones no ionizantes, que al pertenecer a la parte menos energética del espectro, no son perjudiciales para la salud, excepto que se abuse de la sobreexposición, como podría ocurrir con la radiación solar ultravioleta (UV) en verano o con las emisiones de los teléfonos móviles “pegados a la cabeza” durante largo tiempo.
Las radiaciones ionizantes son de mucha mayor energía, hasta el punto de ser capaces de arrancar electrones de los átomos con los que interaccionan, es decir son capaces de “ionizarlos”, es decir que son “agresivas” con lo que encuentran en su camino. Esta radiación ionizante es un tipo de energía liberada por los átomos, bien en forma de ondas electromagnéticas (rayos gamma o rayos X) o bien de partículas (alfa o beta).
Radiación alfa está formada por partículas pesadas integradas por dos protones y dos neutrones (como el núcleo del helio) emitidas por la desintegración de átomos de elementos pesados (uranio, radio, radón, plutonio…). Debido a su gran masa no puede recorrer más que un par de centímetros en el aire, y no puede atravesar una hoja de papel, ni la piel humana.
Por el contrario, si se introduce en el cuerpo una sustancia emisora de radiación alfa, por ejemplo en los pulmones, ésta radiación liberaría toda su energía hacia las células circundantes, proporcionando una dosis interna al tejido sensible (que en este caso no estaría protegido por la epidermis).
Radiación beta está compuesta por partículas de masa similar a la de los electrones, lo que les confiere un mayor poder de penetración. No obstante, la radiación beta se detiene en algunos metros de aire o unos centímetros de agua, y es detenida simplemente por una lámina de aluminio, el cristal de una ventana, una prenda de ropa o el tejido subcutáneo.
Radiación gamma es de carácter electromagnético, muy energética, y con un poder de penetración considerable. En el aire tiene un gran alcance, y para detenerla se hace preciso utilizar barreras de materiales densos, como el plomo o el hormigón.
Desde el momento en el que la radiación gamma entra en una sustancia, su intensidad empieza a disminuir debido a que en su camino va chocando con distintos átomos. En el caso de los seres vivos, de esa interacción con las células pueden derivarse daños, tanto en la piel como en los tejidos internos.
Hay de decir que, sobre el planeta Tierra, todos los seres vivos han estado y están expuestos a la acción continua de esas radiaciones, procedentes tanto de los rayos cósmicos que nos llegan desde el espacio exterior, como a la radiación natural procedente de la radiactividad de algunos de los materiales presentes en la corteza terrestre.
Por otra parte, además de la exposición a la radiación natural, el desarrollo científico y tecnológico de los últimos cien años, nos ha llevado a la aplicación de radioisótopos naturales y artificiales en múltiples campos de la actividad humana, sobre todo en casos como el de la medicina.
La radiactividad es un fenómeno físico, que puede ser natural o artificial, por el cual algunas sustancias, llamadas radiactivas, son capaces de emitir radiaciones ionizantes; es una propiedad de ciertos elementos que son “inestables”, y que buscan alcanzar la estabilidad emitiendo radiaciones y transformándose en otros elementos.
En relación con estas radiaciones de muy alta energía, potencialmente perjudiciales para la salud, el máximo organismo en la materia, es decir la Organización Mundial de la Salud (OMS), de cuyos informes se deduce que las personas están expuestas a la radiación natural a diario, que proviene de muchas fuentes, como los más de 60 materiales radiactivos naturales presentes en el suelo, el agua y el aire. El principal de los cuales es el radón, gas natural que emana de las rocas y de la tierra, y que es la principal fuente de radiación natural. Diariamente inhalamos e ingerimos radioisótopos presentes tanto en el aire, como en los alimentos y el agua.
Por término medio, algo más del 80% de la dosis anual de radiación de fondo que recibe una persona procede de fuentes de radiaciones naturales, terrestres y cósmicas. Los niveles de la radiación de fondo varían, de unas zonas a otras del planeta Tierra, debido a diferencias geológicas. En determinadas zonas la exposición puede llegar a ser más de 200 veces mayor que el promedio mundial.
La exposición humana a la radiación proviene también de fuentes artificiales que van desde la generación de energía nuclear hasta el uso médico de la radiación para fines diagnósticos o terapéuticos. Hoy día, las fuentes artificiales más comunes de radiación ionizante son los aparatos de rayos X y algunos otros dispositivos médicos. En este sentido conviene aclarar que, además de las muchas ventajas de su utilización en medicina, el riesgo que implica nuestra exposición a las fuentes de radiactividad artificial es casi siete veces menor que el riesgo debido a las fuentes de radiactividad natural.
El Proyecto MARNA, es el resultado de un acuerdo entre el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) y la Empresa Nacional del Uranio S.A. (ENUSA), en el que se evaluó la tasa de exposición a la radiación gamma natural en España.
Más allá de ciertos umbrales, la radiación puede afectar el funcionamiento de órganos y tejidos, y producir efectos agudos tales como enrojecimiento de la piel, caída del cabello, quemaduras, etc. y lógicamente estos efectos serán más intensos cuanto mayor sea la intensidad y el tiempo de exposición.
Si la dosis es baja o se recibe a lo largo de un periodo amplio hay más probabilidades de que las células dañadas se reparen con éxito. Aun así, las consecuencias podrían darse a largo plazo, porque el organismo puede guardar memoria del daño celular, con lo que sería posible que aparezcan sus efectos pasados años o incluso decenios. No siempre se producen efectos de este tipo, pero lógicamente la probabilidad de que ocurran es proporcional a la dosis de radiación.
No trataremos aquí de la exposición a la radiación en situación de emergencias nucleares, ni de las medidas de protección de la salud en esos casos, puesto que lógicamente es un tema que corresponde a las autoridades, tanto a las responsables de la seguridad nuclear como a las de la salud, que según las condiciones y circunstancias de cada caso, establecerán los avisos y recomendaciones que procedan.
En cuanto a la radiación X es de características y efectos parecidos a la gamma, pero dado que se produce artificialmente en un tubo de vacío a partir de un material que no tiene radiactividad propia, el resultado es que su activación y desactivación, tiene un control fácil e inmediato, lo que facilita la toma de las oportunas medidas de protección.