En un artículo anterior que titulaba “Gaudí, un arquitecto tan genial como natural”, me refería a la extraordinaria sensibilidad hacia la naturaleza que ese gran maestro de la arquitectura que fue Antoni Gaudí, desplegó en buena parte de su magnífica obra. También la luz natural fue un aspecto al que Gaudí prestó una especial atención, sobre todo en algunas de sus creaciones, como en el caso de la Sagrada Familia, en Barcelona.
Pero aquí y ahora quiero referirme “sólo” a las desavenencias producidas durante la actuación de Gaudí en Astorga, magnífica ciudad de la provincia de León, donde el maestro quiso, que su Palacio Episcopal encajara, pero también contrastara, con el resto de los edificios de su entorno. El palacio hoy día se recorta en el cielo como un muro de granito blanco con torreones, balcones, ventanas, vidrieras y otros detalles que él gustaba de incluir en todas sus creaciones, aunque algunos de esos detalles desaparecieron del proyecto por las disputas que surgieron durante la ejecución de la obra.
Dos fueron las razones por las que Gaudí recibió el encargo de construir un palacio que sería la residencia del obispo de Astorga, una era la necesidad de recuperar un edificio para tal fin, puesto que el anterior edificio había quedado en ruinas como consecuencia de un incendio; pero la otra razón, probablemente la principal para dirigirse “sí o sí” a Gaudí, fue que el obispo de Astorga en aquellas fechas era Joan Baptista Grau i Vallespinós, de origen catalán, concretamente nacido en Reus al igual que Gaudí, al que conocía bien y cuya obra admiraba.
Sin embargo, cuando Gaudí recibió el encargo de construir este palacio estaba trabajando simultáneamente en dos obras suyas en Barcelona, ambas muy queridas para el artista, la Sagrada Familia y el Parque Güell, por lo que optó por no acercarse a Astorga en aquel momento, limitándose a pedir a su amigo el obispo información en forma de planos, fotografías y otra documentación, no sólo del lugar del emplazamiento previsto, sino de los alrededores del mismo.
Cuando dispuso de la documentación solicitada, Gaudí diseñó y calculó “a distancia” el proyecto del Palacio Episcopal que se le demandaba, enviándolo a Astorga para conocimiento y aceptación de los responsables. No se tiene constancia de que se “invitara” a presentar sus proyectos a otros arquitectos, al considerar el obispo Grau, probablemente con toda la razón, que ninguno de ellos era comparable al genial Gaudí.
Pero esa “aproximación al nepotismo” practicada por el obispo, dio lugar al nacimiento de descontentos entre la curia que se movía en el entorno del cabildo, regido a la sazón por el obispo Grau. Así las cosas, el proyecto presentado por Gaudí fue naturalmente aprobado y asignado sin competencia alguna.
Pero hubo que mantener algunas formas, como la de convocar un concurso público para la ejecución de la obra, y ese fue el siguiente paso hacia la futura discordia, puesto que, aunque las obras se adjudicaron en el concurso al contratista astorgano Policarpo Arias Rodríguez, lo cierto es que en la práctica Gaudí decidió emplear en la obra obreros y albañiles catalanes, que ya habían trabajado para él en Barcelona.
En efecto, Gaudí envió a la ciudad leonesa su propio equipo de trabajadores, que emprendieron la obra y continuaron con ella, llevando la dirección de obra el propio Gaudí, durante algún tiempo, exactamente hasta la muerte de su amigo el obispo Grau que la había promovido y la había mantenido bajo su manto hasta entonces.
En 1893, tras la muerte de Grau, afloraron las desavenencias entre Gaudí y el cabildo, que habían estado larvadas, y empezaron los problemas, como el hecho de recortar el presupuesto, e incluso de criticar algunas de las propuestas constructivas, solicitándose al arquitecto varias modificaciones; consecuencia de todo ello fue que las relaciones entre ambas partes, cabildo y arquitecto, se deterioraron más y más, hasta el punto de que Gaudí presentó su dimisión, decidiendo no sólo retirar su apoyo a la dirección de la obra, sino también retirar a todos sus trabajadores, dedicándolos a los trabajos que él tenía en Barcelona.
Se llegó por tanto lamentablemente a lo que podríamos considerar una ruptura total de relaciones. Gaudí estaba convencido de que, tras la ruptura, los siguientes arquitectos no iban a saber continuar con su proyecto, al menos no como él lo había imaginado, y en efecto acertó, pero él se limitó a partir de entonces a “ver los toros desde la barrera” sin intervenir para nada, lo que dio lugar a una serie de lamentables consecuencias, algunas de las cuales fueron:
.- Que las obras se paralizaron durante varios años.
.- Que uno de los arquitectos que fue nombrado para continuar con la obra quiso cambiar la distribución de una sala y al derribar una de las paredes se derrumbó la bóveda, por lo que al final construyeron esa estancia sin luz natural.
.- Que, en contra de la idea de Gaudí, se modificó el proyecto original, intentando darle un aire medieval, para que la obra no destacara demasiado de sus vecinas: la catedral y la muralla.
.- Que los ángeles que el arquitecto catalán había diseñado para colocarlos en la cubierta del edificio, se quedaron (y allí siguen) en el jardín, puesto que nadie sabía cuál debía ser la posición ni la orientación de aquellas esculturas.
.- Que los arquitectos que retomaron la obra de Gaudí intentaron añadir elementos nuevos, como el foso que rodea el palacio, que Gaudí no había planificado, pensando nuevamente que con ello el conjunto tendría más aspecto medieval, pero sin conseguirlo demasiado y alejándose cada vez más del diseño del genio.
.- Que la obra del Palacio no concluyó hasta la década de los 60, que por supuesto no terminó con el visto bueno de Gaudí, y que además nunca fue utilizado como tal Palacio Episcopal.
Pese a todo, vista la obra en su conjunto, es inconfundible la mano y sobre todo la cabeza de Gaudí, como queda patente por ejemplo en uno de los rincones exteriores más bonitos del edificio, que es el porche exterior con tres arcos, en los que las formas y la piedra son las encargadas de dar volumen a la fantasía de Gaudí, o en la luz natural que embellece alguna de las estancias del palacio, o etc., etc.
En la actualidad, aquel edificio que nunca llegó a ser Palacio Episcopal, es la sede del Museo de los Caminos, y distribuidos entre las diferentes salas podemos encontrar una extensa colección de objetos, la mayor parte de ellos relacionados con el Camino de Santiago, de gran importancia para la región.
En este Museo se presenta también un gran muestrario de tallas románicas, así como una notable colección de orfebrería de cruces usadas para las procesiones desde el siglo XV y muchos otros recuerdos de la Historia, con mayúscula, que se han unido con el tiempo a la “historia”, con minúscula pero entrecomillada, del genial Antoni Gaudí y de sus peleas con el Cabildo local.
Todo ello, junto con otros muchos atractivos de la región, como por ejemplo su gastronomía, exquisita y variada, en la que destaca el cocido maragato, que se elabora a base de productos de la tierra y que, a diferencia de otros cocidos, tiene la peculiaridad de comerse alterando el orden, en primer lugar la carne, luego los garbanzos, a continuación la verdura y la sopa.
Si no conocen en persona esta obra del maestro Gaudí y si además nunca han probado el “cocido inverso”, les recomiendo una visita a la bella e histórica ciudad de Astorga para disfrutar de ambas genialidades.