Como decía en un artículo anterior, al llegar a la Base Antártica Española, en adelante BAE para abreviar, nos encontramos con que el invierno y el comienzo de la primavera habían dejado una capa de hielo y nieve de más de tres metros, del orden de metro y medio por encima de la de años anteriores.
Esto hizo que el desembarco, mediante las lanchas Zodiac, del material, equipos y víveres que llevábamos a bordo, se convirtiera en una prueba de resistencia al tener que luchar no sólo con los bloques de hielo que flotaban por la bahía, sino sobre todo con el escalón de hielo que se había formado en el frente de playa.
Una vez superado el desembarco, se nos presentó el problema de transportar las varias toneladas de material desde la playa-hielo de desembarco hasta la propia Base, distante sólo unos cientos de metros, pero que en aquellas circunstancias se hacían interminables.
Hubo que palear nieve y hielo para conseguir acceder tanto al módulo de vivienda, como al de motores, al de víveres, al taller, etc., puesto que la nieve alcanzaba, e incluso superaba, el techo de muchos de ellos.
Peor fue el problema de la localización de los bidones de combustible, o el propio manantial de agua potable, puesto que estos y otros puntos vitales habían sido señalizados al final de la campaña del año anterior mediante postes de unos dos metros de altura, que resultaban totalmente inútiles ante los más de tres metros de hielo y nieve que ahora nos encontrábamos. Esta búsqueda nos obligó a efectuar una serie de perforaciones infructuosas, lo que nos llevó varios días de trabajo.
Durante los días que transcurrieron hasta que encontramos el primer bidón de combustible y pudimos poner en marcha los motores, no dispusimos de calefacción, ni de agua, ni de ninguno de los servicios más elementales lo que, unido a las jornadas continuadas de picar hielo y palear nieve, hacían que la vida no fuera precisamente muy cómoda, pero todos teníamos claro que no habíamos ido hasta allí para estar cómodos, y además, poco a poco fuimos resolviendo los problemas y aproximándonos a la normalidad.
En particular, el levantamiento, cimentación y anclaje de la torre meteorológica resultó muy laborioso, al tener que picar en el permafrost, mezcla de hielo y piedras que resulta más duro que el hormigón, lo que retrasó las observaciones y la confección, cifrado y transmisión de los partes meteorológicos; si bien una vez comenzado el programa previsto, se mantuvo sin interrupción, en horario de 24 horas/día, con observaciones meteorológicas cada tres horas, hasta el final de la Campaña.
A estas observaciones hubo que añadir la realización de medidas de irradiación solar, turbiedad atmosférica, temperatura del suelo helado, así como el estudio y seguimiento de la estructura vertical de la atmósfera mediante la realización de sondeos termodinámicos, y la determinación de la distribución vertical del ozono mediante los correspondientes sondeos de ozono, en los que conseguimos alcanzar alturas superiores a los 35 km.
Por otra parte se suministró apoyo meteorológico a aquellas actividades del resto de los equipos de investigación que lo requerían, bien sea aportando los datos de determinadas variables, o bien confeccionando predicciones para programar actividades, en base a la información recibida vía radio y facsímil.
Pero también hubo tiempo para la convivencia en aquella soledad, lo que hacía las cosas más llevaderas, como era el caso de las reuniones del Club Antártico de Fans de Rocío Jurado, nacido del hecho de que al ser el cocinero un fan acérrimo de “la má grande”, las canciones de la Jurado eran el sonido de fondo permanente en los alrededores de la cocina, uno de los lugares más visitados por los hambrientos expedicionarios.
En uno de los apartados, dentro de los estatutos de los CAFRES (Club Antártico Fans de Rocío de ESpaña , se establecía que todo aquel que se pasara por la cocina y cantara una estrofa de alguna de las canciones de la Jurado, sería obsequiado por el cocinero con una tapa de algún embutido; sólo había una excepción,… que consistía en que a mí se me daba la tapa precisamente si prometía no cantar. Siempre sospeché que aquella cláusula de los estatutos encerraba una cierta crítica a mis virtudes canoras, pero nunca quedó claro ese extremo.