Cuando hablamos del clima y sus cambios, estamos hablando de un balance energético descompensado, de un desequilibrio entre los cinco subsistemas que forman el sistema climático; subsistemas que tratan de cumplir con una ley no escrita, que rige la naturaleza, desde siempre. Una ley que se puede resumir con pocas palabras: “Despacio y con orden”. Porque hay dos cosas que a la naturaleza no le gustan, y que no acepta, que lógicamente son las opuestas a su ley, es decir: “Prisas y desorden”.
Y ese es precisamente el problema al que sometemos al planeta con nuestros actuales modelos, tanto el energético como el de utilización de recursos; las prisas por conseguir y consumir energía rápidamente y el desorden con el que tratamos los recursos naturales, incluidos los seres vivos (animales y plantas), que la Tierra pone a nuestra disposición.
Y dos son también las formas en las que la naturaleza, a través de su sistema climático, va a cobrarnos la deuda que estamos contrayendo con ella; una es el calentamiento global, y su consecuencia el manido cambio climático, y en concreto el notable aumento de fenómenos meteorológicos adversos, como enormes tormentas; o la subida del nivel del mar, que expulsará de las costas a muchos habitantes, engullendo incluso islas enteras, y que hará aumentar los daños producidos por el oleaje costero.
Un reciente estudio de la National Aeronautics and Space Administration (NASA) muestra que el calentamiento de los océanos tropicales, debido al cambio climático, podría conducir a un aumento de más del doble en la frecuencia de las tormentas extremas a finales del siglo XXI. En este estudios se han estudiado 15 años de datos adquiridos por los instrumentos instalados a bordo de los satélites de la NASA, que orbitan sobre los océanos tropicales, para determinar la relación entre la temperatura promedio de la superficie del mar y el inicio de las mayores tormentas.
Se ha encontrado que el número de las tormentas extremas, aumenta en algo más de un 20% por cada grado centígrado de calentamiento de la superficie del agua de los océanos, sobre sus valores medios estacionales; con lo que aceptando que, como es previsible, la temperatura media de los océanos tropicales subirá cerca de 3 ºC a lo largo de este siglo, a pesar de los acuerdos, alcanzados en las diferentes cumbres climáticas, nos lleva a concluir, “echando la cuenta de la vieja”, que si 1 ºC supone un 20% más de tormentas severas, 3 ºC nos llevarán a un 60% más de estos destructivos fenómenos.
Por otra parte, resulta evidente que el aumento de las temperaturas supondrá un aumento de la fusión de los hielos en todo el planeta, sobre todo donde se acumula la mayor parte de los mismos, es decir la Antártida, el Ártico, Groenlandia y los grandes glaciares. De hecho, se ha descubierto ya una gigantesca cavidad hueca, casi del tamaño de la isla de Manhattan, de unos 300 metros de altura, en el fondo del glaciar Thwaites, en la Antártida occidental. Estos descubrimientos hacen necesarias observaciones detalladas de la parte inferior de los glaciares antárticos, para poder estimar la rapidez con la que subirá el nivel de los océanos, como consecuencia de esta fusión.
El tamaño y la rapidez de crecimiento de este agujero, ha resultado sorprendente, ya que es lo suficientemente grande como para contener 14 mil millones de toneladas de hielo, y resulta que la mayor parte de ese hielo se derritió en los últimos tres años, si bien esto no se ha descubierto hasta ahora, dado que no había forma de hacer el seguimiento del volumen de los glaciares antárticos, desde el nivel del suelo; e incluso utilizando la observación desde satélites, el hecho pasaba desapercibido hasta hace poco, puesto que los sensores a bordo no permitían profundizar en la capa de hielo.
En la actualidad, se usan datos de instrumentos aéreos o satelitales dotados de un radar de penetración de hielo, que permite observar características que cambian a medida que el glaciar se derrite, como la velocidad de la fusión, la altura de la superficie, y lo que es más importante la existencia de posibles huecos en el interior de esas masas que se suponían uniformes y homogéneas, pero que no lo son.
Otra característica cambiante, que también era difícil de observar, es la línea de conexión a tierra de un glaciar, es decir el lugar cerca del borde del continente, sea la Antártida o sea el continente donde se encuentre el glaciar, donde el hielo se levanta de su apoyo en tierra, y comienza a flotar en el agua de mar. Como ejemplo, los glaciares antárticos se extienden muchos kilómetros más allá de sus líneas de tierra, flotando sobre el océano abierto, lo que expone más la parte inferior del glaciar al agua de mar, aumentando así la velocidad de su fusión.
Dado que las interacciones entre la criosfera (el hielo) y la hidrosfera (el océano), es decir entre dos de los principales subsistemas del Sistema Climático, son esenciales para definir el clima del planeta, y dado que esas interacciones resultan ser más complejas de lo que antes se creía, deberíamos aplicar el Principio de Prudencia, y vigilar a fondo lo que está ocurriendo… en el fondo.