Es cada vez más evidente que estamos inmersos en otro cambio climático, y digo otro porque el clima ha cambiado numerosas veces “desde que el mundo es mundo”, pero para nosotros, el cambio actual, sus efectos y consecuencias es lo que debería preocuparnos, por lo que es bueno echar una ojeada a algunas de las causas, entre las que, aparte de las causas naturales que han intervenido en los anteriores cambios del clima y que, por supuesto, también en el actual, hay que añadir ahora que el actual modelo energético, que hemos adoptado desde hace casi un par de siglos, está acelerando y complicando las cosas.
Algunas de las conclusiones de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), son que la futura disponibilidad de energía pasa por actuar urgentemente en promover una combinación, lo más completa posible, de todas las tecnologías disponibles, incluyendo el ahorro energético y la mejora del rendimiento en todos aquellos procesos en los que se consume energía, y por supuesto la utilización de las energías renovables, como son la solar, eólica, geotérmica, mareomotriz, biomasa, entre otras.
Pero mientras va creciendo la utilización de las renovables, y hasta que encontremos una energía que sea de verdad una alternativa, debemos vigilar la rebaja de las emisiones de los tristemente famosos GEI (Gases de Efecto Invernadero), que. Estos son el conjunto de todos aquellos que permiten la entrada de la energía solar hasta alcanzar el suelo, pero dificultan la salida de la energía que el planeta devuelve, hacia la atmósfera y el espacio.
La mejora del rendimiento energético es un componente imprescindible de cualquier proyecto de futuro y además es algo que está inmediatamente disponible, puesto que en este caso no hay que esperar los resultados de largas y complejas investigaciones y ensayos; simplemente hay que revisar todos aquellos procesos en los que consumimos energía y “hacerlo mejor”, lo que puede suponer desde medidas sencillas como mejorar el aislamiento en los procesos térmicos, hasta medidas más complejas, con auditorías energéticas.
El conjunto de las actividades relacionadas con la energía (procesado, transformación, consumo…), consideradas globalmente, representan del orden del 80% de las emisiones de GEI a escala mundial, de forma que está claro que la energía es un factor clave en el cambio climático actual. Vista la situación a la que hemos llegado en la delicada relación entre el actual modelo de desarrollo, con consumos crecientes, y el respeto al medio ambiente, resulta complicado encontrar soluciones que puedan dar respuesta a las dos partes en litigio, es decir la acelerada humanidad, por una parte, y la reposada naturaleza, por otra.
A la Naturaleza, con mayúsculas, globalmente considerada, no le gustan las prisas, le gusta por el contrario, “darle tiempo al tiempo”, de forma que sus procesos geológicos se miden en millones de años, y los propios cambios climáticos naturales, en decenas de miles de años.
Por eso el brusco cambio de costumbres que supone la inyección en la atmósfera de ingentes cantidades de GEI, en especial el tristemente famoso dióxido de carbono (CO2), en poco más de un siglo, desde el comienzo de la Revolución Industrial, le supone a la naturaleza un duro trauma que no acaba de asimilar.
De los poco más de mil millones de personas que habitaban el planeta a principios del siglo XX hemos pasado a seis mil millones a comienzos del XXI, con el agravante de que cada uno de nosotros consume ahora, en promedio, del orden de cuatro veces más energía que nuestros abuelos, de forma que el consumo energético se ha multiplicado aproximadamente por 24 en un siglo, siendo los combustibles fósiles (el carbón, el petróleo y el gas) las fuentes que han alimentado ese crecimiento. Todo un ejemplo de desarrollo insostenible.
Una lógica consecuencia de lo anterior es que se ha inyectado en la atmósfera una enorme cantidad de energía, de la que el sistema debe desprenderse para mantener su equilibrio. La cuestión es ¿vamos a darle a la naturaleza el tiempo que necesita para recuperar su equilibrio con calma?, porque, de lo contrario, lo hará ella de forma traumática.
Sin duda una buena ayuda es la utilización creciente de las energías renovables, lo que sin duda ayudaría a frenar el problema, y por su carácter de renovables están, y estarán siempre, disponibles, pero esa no es la solución absoluta, y tendremos que acercarnos a esa solución en base a añadir términos relativos al polinomio energético, en el que se sumen las energías convencionales, las de origen fósil, y las renovables, junto con términos de optimización de rendimientos y ahorro energético. Pero debemos seguir trabajando, para añadir una energía que no es renovable, pero sí que es alternativa, para sustituir a muchas otras, y esa fuente es la energía nuclear de fusión, que es precisamente cómo la que se genera en el Sol.
A medio y largo plazo, nuestra esperanza se basa, en buena parte, en el éxito del reactor experimental de fusión nuclear ITER, que se está construyendo en Cadarache (Francia), y en su posterior evolución hacia centrales comerciales de potencia. Figuran como socios del ITER la Unión Europea (incluida España, claro), Japón, Rusia, China, Estados Unidos, Corea del Sur e India, puesto que ningún país podría hacer eso, él solo. Se trata de obtener energía eléctrica por la fusión del hidrógeno, que es un combustible inagotable,
La creciente utilización de las energías renovables, y la fusión nuclear, que no debe confundirse con la fisión nuclear, es sin duda uno de los desafíos principales, para resolver nuestros problemas energéticos en los tiempos venideros. Las renovables, como la solar o la eólica, son suficientemente conocidas, y en cuanto a la fusión, produciría energía prácticamente sin emisiones peligrosas, funcionando con seguridad, sin crear basura en forma de residuos y con combustible fácilmente disponible, por lo que es sin duda una opción para proporcionar energía, medioambientalmente sostenible para el futuro, sin agotar los recursos naturales para las próximas generaciones.