Hace ya unos cuantos años publiqué un artículo, en que comentaba que literalmente… ¡Estamos rodeados! Y es inútil resistirse, los campos electromagnéticos (CEM) formados por las ondas electromagnéticas (OEM) nos envuelven por doquier y no hay forma de escapar de ellas, salvo que saliéramos del planeta Tierra, y eso siempre y cuando lo hiciéramos “a pie”, puesto que hoy día las naves espaciales, con todo su enorme equipamiento tecnológico, son jaulas absolutamente llenas de ondas concentradas.
Ahora que lo pienso, salir del planeta aunque fuera a pie no resolvería el problema de nuestro sometimiento a las radiaciones, puesto que en el espacio exterior nos encontraríamos con otras radiaciones aún más peligrosas. Pero vayamos por partes, como decía el buen Jack “The Ripper” (literalmente “el mozo destripador”), dejemos el asunto de las demás radiaciones que nos acechan para otro momento y concentrémonos ahora en las que tenemos encima, aquí y ahora.
Los campos electromagnéticos tienen su origen en las corrientes eléctricas, siendo más fuertes cuanto más intensa sea la corriente. Las ondas electromagnéticas asociadas a esos campos son invisibles para el ojo humano, pero están en todas partes en el medio en que vivimos. En la atmósfera se producen, de forma natural, por la acumulación y movimiento de cargas eléctricas, que tiene lugar por ejemplo en las tormentas. El propio planeta Tierra es un enorme imán, que tiene un campo magnético permanente.
Por otra parte, en nuestro propio organismo se producen corrientes eléctricas minúsculas debidas a las reacciones químicas de las funciones corporales normales, incluso en ausencia de campos eléctricos externos. Por ejemplo, los nervios emiten señales mediante la transmisión de impulsos eléctricos. En la mayoría de las reacciones bioquímicas, desde la digestión a las actividades cerebrales, se produce una reorganización de partículas cargadas. Incluso el corazón presenta actividad eléctrica, que en medicina se puede detectar mediante los electrocardiogramas.
Los teléfonos portátiles (Ojo, no los móviles), que son los teléfonos que nos permiten movernos por dentro de la casa, funcionan a intensidades mucho menores que los teléfonos móviles. El motivo es que se utilizan a distancias muy próximas a su estación base, por lo que no necesitan campos intensos para transmitir a grandes distancias. Por consiguiente, los campos de radiofrecuencia que generan estos aparatos portátiles son prácticamente inofensivos para nuestra salud.
Sin embargo los teléfonos móviles se han sometido a numerosos estudios en los dos últimos decenios, para determinar si pueden plantear riesgos para la salud. Y si bien no se ha confirmado inequívocamente que el uso del teléfono móvil tenga efectos perjudiciales para la salud, lo cierto es que el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC), organismo especializado de la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha clasificado los campos electromagnéticos producidos por los teléfonos móviles como “posiblemente carcinógenos” para los seres humanos. Pero claro, aquí hay que distinguir entre los términos posiblemente, que es el que se ha utilizado, y probablemente, que es el que debe evitarse hasta que los estudios en curso alcancen resultados definitivos.
Mientras tanto lo prudente sería la utilización de dispositivos, como podrían ser unos simples auriculares, que permiten mantener el teléfono separado de la cabeza, con una separación, que puede ser del orden de 30 cm, con lo que nuestras cabezas absorberían cien veces menos energía que teniendo el teléfono aplicado directamente al oído.
En resumen lo razonable, hasta tanto la ciencia se pronuncie de forma concluyente, sería aplicar el llamado “principio de precaución”, que debe aplicarse cuando una evaluación científica objetiva indica que hay motivos razonables, pero no definitivos, de preocupación por los posibles efectos peligrosos sobre la salud que pueden acarrearnos mantener, con bastante frecuencia, un teléfono móvil a escasos milímetros de nuestro cerebro, recibiendo y emitiendo ondas electromagnéticas. Este principio de precaución se definió como principio fundamental en la Unión Europea, en el apartado 2 del artículo 174 del Tratado de la Comunidad Europea, y en este caso su aplicación debería ser activa, sin esperar a la obtención de resultados definitivos. Prevenir será siempre mejor que curar.