En física lo caótico, es decir lo relativo al caos, no está necesariamente unido al concepto clásico de confusión y desorden, sino más bien al de evolución imprevisible.
Hoy día podemos predecir con absoluta precisión la posición de casi cualquier cuerpo celeste, y por supuesto la de todos los planetas de nuestro sistema solar, en cualquier momento, actual o futuro, en este siglo o en siglos venideros. Sin embargo no somos capaces de predecir con la misma precisión el valor que alcanzará una variable meteorológica cualquiera en un lugar determinado dentro de apenas unos días o semanas y mucho menos dentro de unos meses o años.
Sin embargo, al margen de la parafernalia que está detrás de los modelos de predicción, sea ésta meteorológica o climática, lo cierto es que en la naturaleza existen biopredictores, es decir individuos, tanto dentro de la propia especie humana, como en el mundo animal o en el vegetal, que por sus pautas de comportamiento previas a la ocurrencia de determinados episodios meteorológicos o climáticos, nos hacen pensar en la existencia de algún tipo de mecanismo de aviso.
Estos mecanismos tienen a veces una explicación física conocida, sobre todo en los avisos a corto plazo. ¿Pero qué variable y qué sensores son los que permiten a algunos de esos seres vivos prever un cambio con una antelación de varios días, semanas e incluso meses?
En el caso de los biopredictores humanos, se trata siempre de predicciones a corto plazo; existe algo que avisa a la persona en cuestión del cambio de tiempo que se avecina, con frecuencia el aviso llega a través de una agudización de determinadas molestias en su organismo, tales como enfermedades o lesiones, problemas de estómago, dolores en las articulaciones, viejas fracturas o cicatrices, etc..
En la mayoría de estos casos, las ciencias médicas y biofísicas han determinado las causas que provocan esos avisos, encontrando su explicación en las alteraciones de magnitudes como la presión, la humedad, la cantidad y tipo de iones eléctricos presentes en la atmósfera, el campo electromagnético, etc., alteraciones que acompañan, o preceden a corto plazo, a los llamados mecanismos generadores de precipitación.
Pero para el largo plazo, por ejemplo en el caso de la predicción estacional, aparece un área en que la investigación conjunta entre la física, la biología, y probablemente muchas otras ciencias, tienen mucho por descubrir. Y sin embargo los hechos están ahí, unos suficientemente contrastados, otros pendientes de comprobaciones más exhaustivas, pero todos ellos basados en la observación de los seres vivos que nos rodean.
Cito a continuación un conjunto de esos índices de biopredicción, algunos de los cuales han sido recogidos de publicaciones de autores soviéticos y centroeuropeos, por lo que su aplicación a nuestras latitudes puede no ser de traducción directa, pero pueden resultar de interés para dejar constancia de sus capacidades predictivas, sean éstas a corto, medio o largo plazo.
Un caso característico es el de las medusas, que varias horas antes, del orden de 10 a 15, de que se desarrolle una tormenta, se protegen en las zonas cubiertas de la franja litoral. También los delfines se guarecen en los arrecifes, mientras que las ballenas se alejan de las costas saliendo a mar abierto. Son varios los animales acuáticos que avisan del empeoramiento del tiempo mediante conductas anómalas, por ejemplo la caballa, que 24 horas antes de que tenga lugar la llegada de la perturbación sube a la superficie, permaneciendo allí a escasa profundidad.
Si colocamos algunas sanguijuelas en el fondo de una vasija o acuario, unas horas antes de que se produzcan precipitaciones comienzan a nadar y a ascender, adhiriéndose a las paredes, y en caso de que se aproxime una fuerte tormenta, nadan rápidamente, e intentan salir del agua, adhiriéndose a las paredes por encima del nivel del líquido. Las lombrices de tierra salen también a la superficie cuando presienten el mal tiempo. Y algunos batracios presentan análogamente interesantes aspectos predictivos, moviéndose en la superficie del agua o en sus proximidades en tiempo estable, y alejándose al aproximarse un empeoramiento.
También muchas aves presentan conductas significativas desde el punto de vista que estamos considerando, y así el pinzón, la oropéndola y el grajo, cambian totalmente su canto al presentir la llegada de la lluvia. El canto frecuente y prolongado de la alondra presagia buen tiempo, mientras que si no vuela y eriza sus plumas nos señala la proximidad de precipitaciones. Más conocidas son las predicciones basadas en el vuelo de la golondrina, señalando buen tiempo si el vuelo es alto, mal tiempo si es bajo y tormenta en caso de frecuentes variaciones de nivel.
Cuando los gorriones se reúnen en bandadas a nivel del suelo, anuncian lluvias, y heladas cuando se esconden entre las hojas y las ramas secas. El canto del urogallo pronostica una mejoría, y lo contrario sucederá si no se oye su canto. A más largo plazo, la llegada temprana de las cigüeñas es síntoma de primavera temprana, y si su vuelo es alto indica que la otoñada será larga.
Como final merecen citarse los predictores a largo plazo por su notable interés desde el punto de vista de desafiar, al menos aparentemente, los límites de alcance temporal de las predicciones climáticas basadas en los métodos y modelos actuales de la física. Por ejemplo, se ha observado que si las aves migratorias regresan formando grandes bandadas, es de esperar una buena primavera.
Si los patos salvajes regresan gordos, la primavera será larga y fría. Si las aves hacen sus nidos en la parte soleada, el verano será frío. Si las grullas parten a invernar volando alto y dejando oír su canto, el otoño será cálido y prolongado. Si en otoño las abejas tapan bien con cera la entrada a la colmena, el invierno será frío y si la dejan abierta será templado. Cuanto más alto construyan las hormigas sus hormigueros en otoño, más frío será el invierno. Cuando en el roble hay muchas bellotas, el invierno será crudo.
Como señalaba anteriormente, una parte de los predictores que se citan han sido observados en zonas centroeuropeas y asiáticas, por lo que su aplicación en otros lugares puede no ser válida. Pero, en nuestras latitudes o en otras, lo cierto es que la simple existencia de estos biopredictores, y probablemente de muchos otros que de momento no conocemos, hace pensar que en meteorología y sobre todo en climatología, la naturaleza guarda el secreto de lo que pueden ser las claves para resolver éste y algunos otros de los problemas con los que convivimos hoy día.