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Javier García

Correr para vivir

Cuando entrenar se convierte en un placer

De repente siento una leve patada en mis piernas.

Una melodía está sonando. Es el timbre de mi teléfono móvil avisándome de que son las 6 de la mañana.

Muchas veces me ocurre. No sé si es que pienso que está sonando en mis sueños, pero no suelo oír el teléfono. Una nueva patada cariñosa, me devuelve a la realidad avisándome de que hay que levantarse.

La mochila la dejé preparada la noche anterior.

Con resignación, muevo el edredón, y salgo despacio de la cama. Se está mucho mejor dentro.

Corto dos rebanadas de pan y las tuesto, para después ponerle un poco de ajo, aceite, sal y miel, un exquisito desayuno acompañado de una pieza de fruta.

Mientras se tuesta me visto y me voy preparando, mallas, camiseta térmica, otra camiseta técnica encima, calcetines y ruego que el resto de las cosas estén en la mochila y no echar nada en falta.

Salir es de lo más duro, porque el frío (rondando los 0º) te da fuerte en la cara poniéndote de nuevo en tu sitio.

En la luna del coche hay una capa de hielo que me toca raspar, ya dentro, el vaho sale de mi boca,  la calefacción tarda en reaccionar, y cuando ya sale aire calentito, y noto que empieza a calentar las manos, llego al aparcamiento, a un par de kilómetros de la sierra.

El suelo blanco de la escarcha y empieza a amanecer.

Salgo, me preparo, enciendo el reloj, ato mis zapatillas, me pongo los guantes y la chaqueta. Uff, ¡qué frío hace!

Los primero minutos cuestan, y mucho, correr bajo cero, da mucha pereza y la brisa hace que la sensación térmica sea aún menor. Miro al fondo y allí está la montaña, unos tonos anaranjados avisan de que está empezando a amanecer. No se oye nada más que las zapatillas golpeando el suelo, tratando de entrar en calor los dedos de los pies.

Mientras tanto, no hay manera de que los de las manos, las orejas y la nariz, dejen de sentir ese dolor tan intenso de frío.

Incluso parece que hoy no es el día apropiado para salir.

El camino se convierte en sendero, lo llano se inclina y la pendiente empieza a ser pronunciada. Sigo sin oír nada.

Calma.

Pero también empiezo a no sentir el dolor de los dedos, no sé si por entrar en calor, o porque lo que me rodea lo está superando. Cada vez la pendiente es más fuerte y lo que era sendero se está convirtiendo en pedrera, resbaladiza por el rocío de la noche. La atención empieza a exigir que todos mis sentidos se enciendan y la concentración es máxima.

Ya no recuerdo el calor de la cama, ni el sonido de la alarma del móvil, en mi sueño, ni el hielo de la luna del coche. Ahora me siento bien. Todo lo que empezaba siendo negativo se va difuminando, ya no está, eso no existe. Ahora estoy donde quiero, ahora sí estoy convencido de que merece la pena, a pesar del esfuerzo para poner en marcha el cuerpo, esto es lo que quiero.

Cada noche que me acuesto pensando en que tengo que madrugar para entrenar, me ronda en la cabeza la negativa de levantarme en mi día de descanso laboral. Pero después mi cuerpo y mi mente se sienten inexplicablemente bien.

Pero eso no os lo describo…

… eso lo dejo para que lo descubráis.

Por Javier García

Sobre el autor

JAVIER GARCÍA es profesor de Enseñanza Secundaria. Lleva practicando montañismo y escalada desde hace más de 20 años, y hace unos cuatro empezó en el mundo de las carreras. Es miembro de AD Mérida Trail. Creador de la Carrera por montaña el Pocito y participa en carreras de todo tipo, aunque sobre todo por montaña. Entre las carreras más importantes que ha afrontado hasta ahora, además de numerosos maratones por asfalto, se encuentra el Trail del Aneto (92km), la Ultra Trail de Sao Mamede (100km) , la ultra trail de Gredos (82km) y Ultrail La Covatilla (85km). Con este blog, espera transmitir su ilusión por este deporte.


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