Fue hace 20 años, cuando terminaba el verano y las grullas trompeteaban por los Montes de San Pablo en su llegada a la Península Ibérica.
Eran dos trashumancias, la de las grullas y la de las ovejas, tan distintas como llenas ambas de belleza. Regresábamos tras pasar el verano con el ganado en los pastos de las montañas de Porto, por la Cañada Real Leonesa, desviándonos un tramo por la Cañada Segoviana en los alrededores de Madrid y la entrada de Castilla la Mancha, hasta llegar al Parque Nacional de Cabañeros.
En un punto del Tajo fue la cita con el Príncipe Felipe (de la que ya hice mención en otro post) que realizaba, asesorado por Borja Cardelús, un programa sobre la naturaleza ibérica, La España Salvaje, en el que no podía faltar el encuentro con la trashumancia.
Cesáreo Rey había captado la atención nacional e internacional de los medios de comunicación y de la opinión pública española en su tercer año de recorrido por las cañadas españolas, con las merinas más hermosas que puedan imaginar.
En contacto con la Casa Real se fijó la hora en que el rebaño llegaría a un punto del Tajo, en la provincia de Toledo, en el que el Príncipe tuvo que esperar un rato, dado que las ovejas trashumando no llegan con la precisión del AVE. Mientras eso sucedía vimos al equipo de televisión española organizar su infraestructura para el rodaje de ese encuentro y cómo maquillaban al príncipe, a pesar de que este vino con unos pantalones de pana y una camisa campera.
De pronto, se oyó el campaneo del rebaño, con Cesáreo al frente y las ovejas sedientas, que habían sentido la presencia del agua y se lanzaron en tromba a beber. La polvareda que allí formaron cerca de 3.000 animales pueden imaginarla, como el estado en que quedó el maquillaje del Príncipe, que tuvo que ser “retocado” a prisa y corriendo y que todos encajamos como la gran escena simpática de aquel encuentro.
Por encima de esta anécdota, este encuentro fue de lo más emotivo y a partir de ahí ambos se enfrascaron en una conversación en la que el Príncipe le preguntaba y Cesáreo le explicaba el lamentable estado en que se encontraban las cañadas, y la cantidad de intrusiones y obstáculos que podían verse a lo largo del camino. La pestilencia del río Tajo era la nota final de cómo había cambiado todo desde los tiempos en que este gran trashumante transitaba cada año con un rebaño en pastoría.
Entonces las ovejas andaban y comían cuatro leguas diarias, sin problemas de contaminación ni usurpación de cañadas, y ahora nos encontrábamos ante unas vías pecuarias usurpadas y unos ríos y arroyos eutrofizados y contaminados en muchos de sus tramos.
En la pausa en la que descasaban ovejas, perros, burros y pastores, se preparó un almuerzo campero, con viandas propias de la cultura pastoril y pudimos conversar entre todos los acompañantes, explicándonos el Príncipe su interés por conocer las dificultades propias de la trashumancia, más las sobrevenidas por los cambios producidos en la agricultura y a ganadería y en las cañadas españolas.
Fueron una horas de conversación sin boato ni protocolo en la que pudimos entre todos darle información y documentación sobre la situación de esos grandes corredores ecológicos y de biodiversidad, que con más kilómetros que el ferrocarril (las cañadas tienen más 125.000 km. de longitud) estaban cada día más amenazados de muerte por la falta respeto a unas vías pecuarias cuya legislación las declara inalienables, imprescriptibles e inembargables, pero todo queda en papel mojado ante unas administraciones que son la primeras que no las respetan.
Fueron unas horas gratas por cuanto Cesáreo Rey Rey (dos veces Rey) le contaba a quien todavía no era Rey algunas de sus vivencias y el impacto que causaba en la gente ver pasar el rebaño por pueblos, ciudades, paisajes y monumentos de todo tipo, así como las fiestas que organizaban espontáneamente al paso de las ovejas.
Durante tres años Cesáreo ha podido hablar con políticos como Esperanza Aguirre, mientras esta tiraba del ronzal de un burro; con el alcalde de Madrid José Luis Manzano; o con el Ministro de Agricultura Luís Atienza, que pasó una jornada entera caminando tras las ovejas con su familia, así como con estudiosos y expertos de todo tipo, pero sobre todo, con la gente que acudía a verle al paso del rebaño.
El encuentro con el Príncipe fue posiblemente lo más destacado en los tres años de trashumancia que duró el Proyecto 2001, del Fondo Patrimonio Natural Europeo. Ahora que Felipe va a convertirse en Rey de España (al margen de lo que cada uno piense de ello o de si sería conveniente que convocara lo antes posible una consulta sobre la forma de Estado) sería un buen momento para recordarle que, aunque esté hoy aprobada la Ley de Vías Pecuarias, los problemas siguen siendo los mismos, aumentados tal vez por una actitud intransigente de la autoridades sanitarias que ponen demasiados obstáculos a los movimientos de ganados, no ya en la trashumancia sino incluso en las trasterminancia, lo que crea un serio problema a los ganaderos de toda España.
Sabemos que el Rey reina pero no gobierna, pero también sabemos la fuerza que puede tener que un Rey joven, preparado y sensible a los problemas ambientales y culturales de su país, si se interesa por un patrimonio histórico, cultural y hasta económico, que ha estado tan presente en la vida Española durante tantos siglos y que tanta riqueza podría aportar si se gestionara adecuadamente.
Tras su investidura tendremos ocasión de recordarle adecuadamente aquellas escenas vividas con él y con Cesáreo, y de pedirle que extienda su interés a las autoridades gobernantes, para la conservación de esos grandes corredores ecológicos y de una ganadería extensiva que tanto puede contribuir al ahorro energético, a la conservación del clima y el paisaje y hasta la lucha contra incendios a la que se dedican cantidades ingentes de dinero con poco éxito hasta ahora.
Cesáreo, limitado hoy por su edad y el párkinson, aun se emociona al ver las fotos de aquellos momentos y seguro que recibiría una gran alegría al comprobar que aquello sirvió para algo, al ver a un Rey joven que le acompañó una jornada y al que él explicó los problemas que hoy tiene una de las profesiones más antiguas de la Península Ibérica.