A través de mi gran amigo Joaquín Conesa me fui aficionando al mundo de los caballos. Ir a ver su Yeguada, “Nobleza del Guadiana”, es un espectáculo lleno siempre de sorpresas. Hasta que un día decidí tener una potra suya, que él eligió y para lo que me dio toda clase de facilidades. Así fue como Lola llegó, con apenas un año, a mi pequeña república de la Estación de Magacela. Tenía el bello empedrado de los caballos tordos de esa casa, y un porte que auguraba una futura yegua hermosa. Yo no tenía idea del manejo de caballos por lo que continuamente consultaba a Joaquín y a Dioni, su mayoral, sobre lo que tenía que ir haciendo. La tenía sobre alimentada, por lo que el animal cogió una hechuras impresionantes. Convivía con una burra con la que hizo buenas amistades, aunque enseguida quedó claro quién mandaba allí y que había que compartir el comedero, cada una por su lado, para que Lola no dejara a Jacinta sin comer.
A los tres años Lola llegó a la edad adulta y se le buscó un gran caballo, siempre de la mano de Joaquín. Cuando regresó venía preñada, con aires de señora respetable, con una fuerza y corpulencia que imponía, y a los diez meses nos trajo un potro negro, precioso, al que mimaba con celo y al que vimos crecer sin casi darnos cuenta. Al cabo de un año empezamos a pensar qué haríamos con un caballo, sin las instalaciones adecuadas para tenerle separado, cuando el celo le llevara a saltarse parentescos. Entonces vino el trueque del potro por la yegua Rubia que, aunque bastardilla, y sin el linaje de Lola, era un animal dócil, que había sido montada y podría tener otras utilidades. Lola impuso desde el principio su autoridad a Rubia, pero enseguida se hermanaron, y hasta hoy.
Pensamos entonces en llevar a Lola a un profesional para poder montarla, y así lo hicimos, pero aquello no fue una idea brillante. El profesional parece que la echaba de comer y poco más, así que volvió casi como se fue, y allí no había un dios que se atreviera a montarla. Su nobleza seguía intacta y se dejaba querer y acariciar, pero no había quien la pusiera la jáquima. Y en estas llegó la nueva cubrición y el segundo parto, cuando ya Lola empezaba a perder ese empedrado que los caballos tordos suelen perder para mutar al blanco, lo que no evita que sigan siendo bellos.
En esta segunda ocasión pudimos ver lo caprichosos y estúpidos que pueden ser algunos animales. Tuvo que parir Lola, en una noche de final de marzo, fría hasta dejarlo de sobra y con una lluvia que era carámbano, en pleno barrizal, teniendo su cuadra abierta. Cuando llegamos horas antes de amanecer, el potro ya había nacido y estaba embarrado y aterido de frío. Lo limpiamos y le dimos masajes y tenía una ganas de vivir que se veía en cómo intentaba agarrarse a las ubres, pero Lola, debía tener grietas y con el dolor no podía amamantarlo.
Era domingo y Dioni estaba de viaje. El potro no pudo encalostrarse, aunque intentábamos ordeñarla apenas podíamos; porque el dolor no la dejaba. Hasta el día siguiente no pudimos traer la leche en polvo para caballos, pero ya era demasiado tarde. Aquel precioso potrillo negro se quedó en nuestras manos por nuestra inexperiencia y falta de medios, algo que nunca podremos olvidar.
Ya en la tercera cubrición tuvimos a Lola un tiempo con un caballo negro jabeño (de La Haba), de fina estampa, pero no hubo forma de que quedara preñada y con la ayuda de Joaquín la llevamos a La Remonta, con seis o siete años, y de nuevo la mala suerte se alió con ella. Cuando llegó la hora Lola malparió, al tener dos potros: uno nació muerto y el otro apenas duró una hora. Cuando el veterinario llegó, horas después, tuvo que hacerle una limpia a vida o muerte, advirtiendo que la yegua podría quedar estéril después de lo que había sufrido en el parto.
Así sucedió, y desde entonces Lola no ha vuelto a salir en calor, al menos que yo sepa, aunque tampoco hemos querido forzar una nueva cubrición. La yegua terminó de mutar a blanca, sigue feliz con la Rubia como compañera y no fue a parar al matadero, como suele suceder a estos animales cuando quedan estériles, pero ¿cómo sacrificar a un animal al que has visto crecer, mutar, sufrir y disfrutar con una vida placentera como la que ella lleva?
Muchos te dicen: si no la montas y no te cría ¿para qué coño la quieres? Siempre me acuerdo de la anécdota que me cuenta Joaquín de un caballo exportado a Méjico, que en un concurso, tras dos años sin ver a su dueño, al pasar por la tribuna donde éste se encontraba, se paraba en seco, relinchando al conocerlo a pesar de la distancia.
Solo los que conviven con los caballos saben los lazos que pueden establecerse con ellos, y lo gratificante que puede ser tenerlos, aunque no los montes o no puedan ya criar por circunstancias desgraciadas como las que les he contado. Lola seguirá aquí mientras pueda tenerla o la encuentre una finca en la que la traten bien, pueda ir a verla y que viva como una reina los años que le queden. Cada día la hablo y acaricio, como a la Rubia, que es muy envidiosa y no tiene culpa de su menor linaje, y les llevo alguna golosina siempre que puedo, sea un poco de pan, una manzana o algún membrillo, que es lo que realmente las vuelve locas.
En mi recorrido por aquel predio republicano (que será seguramente la única república que voy a conocer), en la que tanto jumento tengo o he tenido, puedo asegurarles que no hay animal más cariñoso, inteligente y agradecido, que esas yeguas, que saben latín a pesar de no tener estudios. Y todo ello se lo debo a Joaquín Conesa y a su hija Maleni, que llevan los caballos españoles por el mundo y con ellos el nombre y la marca Extremadura.