Mi primer amigo en el mundo del vino fue Ramón Sánchez Arroyo (Bodegas Catalina Arroyo). Un personaje tan inolvidable como indescriptible. Farmacéutico y bodeguero, podía más en él el amor a su viña y a su vino que a su farmacia, hasta que finalmente tuvo que venderla para dedicarse de lleno a lo que le gustaba.
Las historias que viví con él darían para un libro si uno fuera escritor, que no es el caso. Pero quiero arrancar este artículo con el recuerdo de este amigo soñador, romántico, anarquista de derechas y personaje literario donde los haya. El me enseñó el catón del vino, esas nociones que un principiante necesita para penetrar en ese mundo. Con él aprendí a conocer las primeras variedades de uvas y fui testigo de cómo disfrutaba haciendo seguimiento de sus cepas a lo largo del cultivo.
Después me enseñó a catar algunos vinos y a esperar pacientemente a los segundos aromas. Dejo pendientes las historias que podría contar de él, y de los múltiples viajes y aventuras que vivimos juntos y le utilizo hoy como pretexto para ofrecerles este artículo en el que quiero hablarles de mis relaciones con el vino.
Después conocí a un gran cultivador, al viticultor por excelencia. Otro personaje mítico, enamorado de sus cepas hasta límites que no pueden imaginar. Hablo de mi amigo Joaquín Salamanca, el más veterano de los agricultores ecológicos extremeños. Un hombre al que las satisfacciones de la viña enfrentan con la burocracia administrativa. Y también, por qué no decirlo, con las dificultades del mercado y con la ignorancia de un sector en el que ni los convencionales ni los ecológicos saben apreciar los esfuerzos especiales que entraña este modelo agrícola, cuando se ejecuta con la autenticidad de este viticultor tradicional. También hay historias con Joaquín que espero contar en breve.
De él he aprendido varias cosas: el valor de la uva tempranillo y la eva-beba; de las cepas viejas; de las vendimias realizadas con esmero; y de los sueños de un viticultor al que la burocracia y el mercado le ponen los mayores impedimentos. Tengo la esperanza de que aguante en su lucha y con el apoyo de su hijo, un joven agrónomo, vean sus sueños realizados en una sociedad del conocimiento, en la que éste sin embargo avanza tan despacio.
Después de ellos he conocido a otros, más de respajilón, de los que también he visto cosas interesantes. Es el caso de la Cooperativa San José de Villafranca, precursores de un vino ecológico, si bien les recuerdo mucho más por un vino que elaboraron en la celebración de su 50 aniversario, que era una joya difícil de olvidar. También conocí a José Luis, Presidente de Viña Oliva y de la Cooperativa Virgen de la Estrella, de los Santos de Maimona, que han hecho una labor importante con los vinos de eva-beba, sin olvidarme de su Maimona Crianza y de sus aceites. Y no puedo dejar de citar a Juan Leandro (Bodegas Romero), que en poco tiempo ha realizado una serie de reformas en su bodega dignas de elogio. Su opción por el vino ecológico me parece encomiable, destacando su Almonazar (reserva), Pradomayo, y el espumoso Burbujas de Eva-Beba.
De vez en cuando veo a Tato en el Hotel Las Cigüeñas (Bodega las Granadas Coronadas), con su vino Torre Julia; a Marcelino Díaz, personaje clave del vino extremeño, con su vino y cava Puerta Palma; y más de tarde en tarde a Isabel Mijares, veterana de la cultura del vino extremeño, nacional e internacional.
Mi mayor hallazgo en los últimos años ha sido encontrar en el Salón del Gusto de Slow Food, en Turín, a Rafael Pérez, español afincado en Zurich (Suiza) y maestro de los grandes vinos; de los populares; de los vignerons. Él es mi Robert Parcker particular, y a él recurro cada vez que quiero saber algo sobre cualquier vino, en la seguridad de que me dará la información precisa. Rafael es una enciclopedia que vaga por el mundo sin dejar nunca de sorprenderte.
No quiero terminar este periplo sobre el vino sin hablarles de una gran mujer, Amelia Coloma (Coloma, Viñedos y Bodegas), con la que voy a tener el placer de conversar ampliamente en breve, y a la que dedicaré un capítulo de “La Extremadura que viene”. Amelia, que proviene de tres generaciones de bodegueros, es enóloga, cultivadora de sus propias viñas y elaboradora de vinos interesantes que exportan a varios países. De una cultura exquisita y de gran sencillez (por las referencias que voy encontrando), espero me cuente cosas de gran interés sobre el vino en general, sobre el extremeño en particular, y sobre los proyectos futuros que comparte con sus hermanos Helena y Félix.
Seguiremos hablando de vinos, de vez en cuando. No lo duden.