Hace más de cuarenta años Tarifa era un pueblo que nada tenía que ver con esa capital del Surf y del turismo de la Costa de la Luz en la que se ha convertido. Era un pueblo solitario y de paso, al que daba vida un destacamento militar. Allí se produjo mi encuentro con Manuel Bayón, un extremeño que dejó el hacha de podar encinas y alcornoques durante un año para “servir a Franco”, que era como decían los mayores del servicio militar.
También era “regimiento de castigo” para los que ya militábamos en la lucha contra la dictadura, y allí encerrados en aquella “Isla del las Palomas”. y en ese “Castillo de Guzmán el Bueno”, le dimos un año de nuestra joven vida a un régimen moribundo, mientras le organizábamos cursillos de marxismo en los archivos de Cádiz, o escuchábamos el disco que Serrat le dedicó a Don Antonio Machado mientras hacíamos una guardia
Hace poco tiempo, el amigo Manuel, que leía este blog y la columna de “El Pelo de la Dehesa” en este diario, decidió seguirme el rastro hasta que dio conmigo, y la semana pasada la cafetería de “El Corte Inglés” de Badajoz fue testigo de nuestro encuentro, tras los 43 años transcurridos desde que tomábamos (en la “Taberna del Caí”) un Chiclana, con un plato de pescaíto frito, por un duro, o como excepción, una centolla hermosa por dos duros.
Cuando, transcurrido un año, salimos de aquel penal cada mochuelo se fue su olivo. Manuel volvió a su dehesa, primero con el hacha y, más tarde, con la motosierra. Fue maestro podador, uno de los oficios más hermosos de nuestra tierra que, como otros, se va perdiendo cada día más sin que la sabiduría de los viejos podadores se vea remplazada por un relevo generacional que no llega a dominar este arte como lo hacen los antiguos.
Luego se metió con las cosechadoras hasta independizarse. En el verano cosechaba, y en el invierno podaba para sacar adelante a su familia y vivir cómodamente. Su vena de artista le llevó a trabajar la madera y el corcho: leñador, carbonero, y tallista del corcho, ha trabajado con todos los aprovechamientos de la dehesa, en la que ha transcurrido su vida profesional y familiar.
Prejubilado, su taller de hoy es una muestra de sus inquietudes y habilidades, que le llevan a preparar una exposición de figuras y objetos, elaborados con el corcho como materia prima, que quiere realizar en La Nava de Santiago la próxima primavera.
Hemos quedado emplazados para visitar ese taller del corcho en nuestra próxima entrevista, mientras volvemos a evocar los recuerdos de aquel viento de levante que nos tenía a todos majaras, como a los tarifeños.
Aquella playa de los Lances, solitaria y salvaje, en cuyas cercanías trabajaban las mujeres en las pocas conserveras que había. O aquellas almadrabas expuestas en el entorno de Zahara de los Atunes, Barbate, Vejer y Conil, cuando a los atunes apenas se les daba valor, y poca gente pedía una ventresca, que ahora te sirven como si fuera un plato para canónigos.
Volveremos a recordar aquella imagen inolvidable de ese Tánger internacional, que era lo primero que veíamos al abrir los ojos por la mañana desde la litera, y tantos otros recuerdos que vemos ya tan lejanos.
He reencontrado al amigo Manuel, que me enseñará cosas importantes de la dehesa extremeña, y juntos volveremos perdernos en los recuerdos de un Estrecho de Gibraltar que, como las golondrinas de Bécquer, no volverán. Pero, que nos quiten lo bailao.