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Juan Serna Martín

Del huerto a la granja

La huerta morisca de 'Picotín'

Picotín en su huerto morisco, donde obtiene frutos todo el año.

Picotín en su huerto morisco, donde obtiene frutos todo el año.

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Si ustedes van a Hornachos y preguntan por Antonio Nogales tal vez no sepan qué decirles, pero si dicen ‘Picotín‘ enseguida les dirán quién es y dónde se encuentra su huerta morisca, vergel que si visitan se les quedará en el recuerdo para siempre, tanto por la huerta como por el hortelano.

Recalé por allí hace algunos años  buscando un tomate rosado, sangre de toro le dicen, y me encontré dos joyas con las que mantengo desde entonces un idilio que espero sea de por vida: una huerta en pendiente, abancalada, con sus estanques que recogen el agua de la sierra y la reparten por sus bancalitos bien aprovechados, y un hortelano, tan cachazudo como inteligente, que te cuenta pacientemente el origen de su heredad, y lo que hace con sus frutas y verduras que cultiva permanentemente, con la sabiduría del artesano que se sabe continuador de una cultura morisca, que dejó huellas imborrables en este original pueblo de Hornachos, al que después de varios siglos siguen visitando los árabes expulsados de nuestro país, organizados desde entonces en Rabat, y que aún conservan las llaves de sus casas.

Ejemplar de tomate sangre de toro cultivado por Picotín.

Ejemplar de tomate sangre de toro.

En el margen derecho de la huerta, mientras bajas en bancales sucesivos, te encuentras un oasis de árboles antiguos; las naranjas “autóctonas” (con permiso de los chinos) y las del país, naves y navelinas, dulces y maduradas en el  árbol, sin el brillo de una cera que no necesitan para nada; ciruelos,  albarillos, higueras y pera “coronilla” se entremezclan con los naranjos, sin que puedan faltar los granados, las parras, el nogal y la zamboa, que así le llaman a sus membrillos.

A pesar de estar arropados por la pendiente y el microclima allí creado, Picotín les da un pequeño riego en aquellos días de inviernos que amenacen con heladas fuertes para salvarlos de ellas, y los poda y los mima para tener algún fruto durante casi todo el año.

En el capítulo de las hortalizas mantiene sabiamente sus cultivos de primavera y otoño dando especial protagonismo a la patata, el tomate, la zanahoria, las acelgas y espinacas, y las distintas familias de las coles, como el repollo, la coliflor y una especie de lombarda que allí llaman col morada, despreciando (no sé por qué razón, tal vez la falta de costumbre), a los brócolis. Las habas, pimientos, berenjenas y alcachofas no le faltan ningún año. Y por supuesto, tampoco le faltan los rabanitos, las remolachas, y la gama de  aromáticas que van desde el poleo y la yerbabuena, hasta el cilantro, el apio,  el toronjil, la menta y la albahaca, además de la arbustiva yerbaluisa que acaba de plantar.

Compra de vez en cuando un remolque de estiércol de cabra con el que va fertilizando los bancales, aparte de hacer sus rotaciones de cultivo para la mejora permanente del suelo. Y lucha como puede contra las enfermedades, unas veces con remedios caseros, otras con lo que le recomiendan en la cooperativa (por cierto, la que tiene uno de los mejores aceites ecológicos de España)  para combatir la “tuta”, a la que teme como a una “vara verde”, y dice estar más tranquilo con la “araña roja”, a la que combate bien con el azufre de toda la vida.

Sobre el tomate rosado, que fue para mí el motivo de llegar hasta su huerta (recuerdo que le dediqué un artículo en HOY, “Sangre de Toro en Hornachos”) puedo decirles que es todo un espectáculo ver dos surcos largos, al borde de un muro empedrado, sobre el que cuelgan unas matas frondosas, cargadas de un fruto hermoso, de piel fina y de olor inolvidable.

Comerse unos tomates “sangre de toro” sobre el terreno  con un poco de sal gorda, es algo que permanece en el recuerdo para siempre. Y probar la conserva que su familia hace luego de ellos, es el colofón de una sabiduría que les permite disfrutar de ese tomate durante casi todo el año.

Les hablo de dulce de tomate, de fritillo para las tostadas, el natural pelado, o el tomate en botellas al baño maría. Y lo mismo hacen con muchos de los productos que cultivan como el higo, el pimiento, la berenjena, la ciruela y un largo etcétera,  lo que constituye un canto a una conservería artesana que está en lo mejor de nuestras tradiciones, y que no tiene comparación con la conservería industrializada, para la que es necesario licenciarse en química para poder entender el contenido de las etiquetas, con los conservantes, antiespesantes, anabolizantes, y otros productos en clave, que no hay dios que entienda.

Desde que hago trueque con este hortelano y su familia, tenemos un pique para ver a quien le salen mejor las mermeladas, que sirve de estímulo para reforzar tradiciones que hay que recuperar, aunque no son pocas las familias que en el medio rural y en nuestros pueblos las siguen realizando cada año.

Picotín se jubila ahora, con lo cual no quiero ni pensar lo que puede ganar esa huerta con un tipo al que la curiosidad y el arte del cultivo le produce un disfrute que no es comparable con el de jugar la partida, sentarse en un banco o pasear por el pueblo, al menos para él.

Proteger a estos personajes y convertirles a ellos y a sus huertos en monitores de la gente que quiere incorporarse a la vida hortelana, sea por ocio, o por conseguir algún complemento económico en estos tiempos tan duros, debería ser tarea obligada de las administraciones y de las organizaciones de la sociedad civil sensibles a esta actividad, y al emprendimiento de jóvenes, o parados de alta duración, que podrían encontrar en la huerta y la conservería artesana un trabajo digno, en eso que ahora llaman yacimientos de empleo, a los que se podría acceder con imaginación, voluntad pública y privada, y algo de apoyo práctico y técnico. Sé que el Grupo FEDESIBA de desarrollo rural se apoya bastante en él.

Picotín se jubila ahora, y su huerto y su sabiduría pueden perderse.

Picotín se jubila ahora, y su huerto y su sabiduría pueden perderse.

Valga pues esta semblanza de mi amigo Picotín y su huerta como homenaje a tantos “picotines” repartidos por los pueblos extremeños, españoles y del mundo, que en una lucha como la de David contra Goliat, mantienen vivo el recuerdo, los sabores y los olores de una cultura amenazada, que eso que hoy llamamos “modernidad” debería saber integrar en sus hábitos alimentarios.

Esa modernidad somos todos los consumidores, que deberíamos organizarnos en grupos de consumo inteligente, para mantener vivo el pulso entre lo que sabe, huele, produce placer y no contamina, contra lo homogéneo, insípido,  y a veces insalubre, aunque haya ganado en imagen, tamaño y colorido. Lean ustedes las odas al tomate y a la papa de Neruda, donde cobran sentido todos los “picotines” del planeta.

Tras una veintena de artículos (no me sale lo de post) en este Blog y un período de silencio obligado por un corazón un poco cansado de latir, retomo esta ventana, tras el “remiendo de monja” que la tecnología moderna ha realizado en una de mis arterias, demostrándome hasta que punto tradición y modernidad se necesitan en esta atribulada época en la que nos ha tocado vivir. Espero seguir encontrando amigos, personajes, productos, cosas que merezcan ser contadas, porque evocan en nosotros lo mejor de lo antiguo y se abren sin complejos a los nuevos tiempos. Muchas de las enfermedades de hoy las ha traído un avance tecnológico equivocado, pero también muchas vidas se salvan por el ingenio de una ciencia que a veces parece ficción. Por ello, entre lo viejo y lo nuevo seguiré buscando pretextos para llenar este rincón al que he llamado DEL HUERTO A LA GRANJA.

Sobre el autor

NUEVA ETAPA PARA EL BLOG “DEL HUERTO A LA GRANJA” Han transcurrido siete años desde que inicié este blog y hace tres años ya que hice un paréntesis y me tomé un descanso. Ahora el diario Hoy me brinda la oportunidad de que lo retome y lo hago con el mismo interés con el que lo inicié ya que por él desfilaron personajes, lugares, productos y oficios que merecen muchísimo la pena. La situación sobrevenida tras la pandemia en Europa, en España, en Extremadura..., y no exagero al decir que en todo el planeta, va a ser, por un lado, preocupante, y, por otro, esperanzadora, y va a hacer que los pueblos y comunidades rurales recobren un interés cada día mayor ante esa pugna permanente que han venido manteniendo la cultura rural y la urbana. Espero que, a propósito de los cambios que van a producirse, estos temas y estos personajes merezcan la atención de ustedes, en una tierra como la extremeña con unos recursos naturales a los que, posiblemente, se les va a dedicar mucha más atención de aquí en adelante.


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