Enrique Vega es un propietario de dehesa y ganadero con muchas ganas de complicarse la vida.
Su dehesa, denominada “Casablanca”, es como un sueño de cine, hasta por el mítico título que le da el nombre. Sin embargo, su situación lindera con el Arco de Cáparra, evoca unos orígenes celtas que se remontan a los pueblos y a la cultura vetona, de la que las encinas y vacas de Enrique son descendientes.
Desde aquellos primeros castros han debido vivir los tiempos remotos de la trashumancia, en los que había que desplazarse por esa “Vía de la Plata” andando, a la búsqueda pastos frescos en los meses en los que la dehesa se convertía en una caldera de fuego abrasador.
Anclado en esas tradiciones y recuerdos, Enrique, biólogo de formación, no dejó nunca de ser ganadero en la explotación familiar, y le está agradecido a su madre, y a sus hermanos que le han dejado explotar la dehesa en “ecológico”, a pesar de las dificultades que han encontrado en el desarrollo de este modelo agroalimentario.
Hoy las sigue habiendo, pero hay una nueva situación social, cultural y jurídica que, junto a la complicidad de algunos sectores de consumidores inteligentes, harán posible que podamos comer ternera ecológica de forma normal en los mercados, o en tiendas especializadas como “Ambrosía” (el alimento de los Dioses), que acaban de abrir en Plasencia.
El secreto de la ganadería ecológica no es otro que el pastoreo extensivo, la utilización de razas autóctonas, siempre que se pueda, la suplementación alimentaria con cereales o concentrados que no procedan del cultivo químico-sintético, y los tratamientos sanitarios homeopáticos.
El problema de la carne surge cuando las normas sanitarias no son bien interpretadas por los veterinarios (algunos con muchos años ya de profesión y acostumbrados a una rutina que no distingue entre lo artesano y lo industrial), o se aplican de una forma lesiva para las producciones pequeñas, en nombre de una “trazabilidad” mal entendida.
En algunos países de la Europa comunitaria se hace una lectura menos rígida de la normativa sanitaria, de manera que estén siempre protegidos los productos y los productores tradicionales y artesanos.
Por tanto comerse un chuletón o un filete de ternera bien cortado y madurado por su criador no debería entrañar toda una historia de burocracia e impedimentos, como le ha venido sucediendo hasta aquí a Enrique, y a los grupos de consumo que estamos encantados con su ternera.
Dos años de trabas y prohibiciones dan una idea de lo anticuada que está nuestra administración sanitaria, si la comparamos con países como Francia, Italia, Alemania, etc., donde se protege tanto al pequeño ganadero.
Enrique se encuentra ahora librando una de sus últimas batallas con Sanidad, que es construir su propia sala de despiece para controlar el mismo el manejo final de sus canales y el corte de la carne al cliente.
Se trata de una sala de despiece pequeña, pero ¿por qué un inspector-veterinario pone tantas pegas a lo pequeño?, ¿es que todo tiene que ser “industrial?.
En esta lucha final lleva un año de energía perdidas, precisamente en unos momentos en que una Comisión Especial de Sanidad Alimentaria ha dicho públicamente que va a fortalecer las pequeñas instalaciones artesanas.
¿Por qué se frenan las iniciativas de emprendedores cultos y experimentados, que lo que buscan es una calidad diferenciada en un tema tan delicado y complejo como es el mundo de la carne?
Los Grupos de Consumo organizados en Extremadura (Plasencia, Cáceres, Badajoz, Mérida, Zafra, Villanueva de la Serena, etc.) que ya conocemos la excelente ternera ecológica de Enrique, y de la Cooperativa GANADEC esperamos poder adquirirla pronto, y saber que la Sala de Despiece de Enrique ha superado las barreras sanitarias para su construcción.