Emilio Hernández ha creado una obra de psicoanálisis. Es el público el que realiza las labores de profesional de la psicología y los cuatro actores los que se sientan en un diván para ‘vomitar’ su experiencia vital y compartirla con nosotros. Con el fin de que entendamos el porqué de sus acciones. Hernández, autor de la versión, nos presenta una idea novedosa: César y Cleopatra se miran a sus propios ojos para descubrirnos su pasional historia de amor e interés. Quizás, los dulcifica y edulcora en exceso: Presenta a una Cleopatra que luchó por ‘la unión de los pueblos’ y evita su aspecto más arrogante. Destaca de ella su defensa de la mujer. A Julio César nos lo presenta casi como un comunista (En su muerte lo fue al repartir su riqueza entre los más desfavorecidos) Su lucha por los pobres y sus medidas sociales durante su mandato retumban en las caveas del Teatro Romano. Evita el autor del texto mostrarnos la parte más negativa de los personajes.
Emilio Guitiérrz Caba y Ángela Molina (En su éxtasis particular) reciben la réplica de Marcial Álvarez y Lucía Jiménez. El trabajo realizado por Mugüi Mira permite que ninguno de los profesionales de la escena destaque sobremanera. Es decir, que nadie se coma a nadie en el escenario. A veces se echa en falta un ejercicio de mayor carga dramática por parte de Gutiérrez Caba y Molina, pero los mantiene contenidos en sus conversaciones consigo mismo a lo largo de la historia y con la serenidad que da la ‘Eternidad’.
La directora ha dispuesto el espacio escenico con un aire ochentero. No se extrañen, le explico: Una pasarela desde la valva regia recorre la puerta principal del Teatro Romano para acabar en una ‘pista’ donde se desarrolla la acción. Los cuadrados y cubos como figuras geométricas predominan el espacio y la iluminación del suelo otorga a la escenografía ese aire ochentero de discoteca. Impacta cuando el pequeño espacio escénico se ilumina por completo, pero se pierde el aprovechamiento del resto de la arena del monumento emeritense. Magüi Mira ha limitado el espacio donde se desarrolla la trama,es probable que lo haya hecho así porque con sólo 4 actores en constante diálogo extender los movimientos podría provocar una pérdida de atención y concentración por parte del público.
Emilio, con su voz potente y desgarradora. Los efectos musicales y una iluminación fría permiten sentir al público cada uno de los navajazos que sufrió el protagonista y que con exquisito dolor encarna Marcial Álvarez, que se retuerce por el espacio como si realmente estuviese sufriendo un asesinato. Tremendo ese momento, que permite al espectador echar en falta más potencia en la narración del resto de la historia, que a veces se hace tediosa y carente de emoción.
Contar con dos grandes de la escena española juntos, como Emilio Gutiérrez Caba y Ángela Molina en una propuesta diferente, vista por primera vez en Mérida, es siempre interesante. Al montaje le falta rodaje que seguro lo recogerá sesión tras sesión, puesto que tras Mérida les espera una gira por el país. Por cierto, acertados y agredecidos los guiños a la Lusitania Romana, a la Extremadura actual y la Mérida del siglo XXI por parte de su autor, directora y equipo artístico. A veces el montaje es una clase de Historia de instituto donde de forma muy pedagógica nos recuerdan la vida y muerte de dos de las personas más poderosas de nuestra historia.