“Carlos, a mi hijo le pasa algo, está mal y no sé cómo actuar, estamos desesperados. No le puedo decir nada porque enseguida monta una bronca. Y estamos asustados porque desde luego a este chico le pasa algo en la cabeza.” Esta es una frase recurrente en muchos padres de adolescentes que creen que la explicación del comportamiento de sus hijos se encuentra en que deben sufrir una especie de trastorno del que nadie parece darse cuenta.
Cuando los padres no encontramos una explicación razonable del porqué de la conducta de nuestros hijos nos asustamos con la idea del “están trastornados”.
La palabra adolescencia en nuestra sociedad va asociada a “¡socorro!” y suele tener mala prensa cuando la realidad es que la adolescencia discurre con cierta normalidad en la mayoría de las personas. Pero si nos fijamos sólo en las conductas conflictivas que se desarrollan en esta etapa es lógico que la consideremos como una edad complicada.
Desde que nacemos estamos adquiriendo habilidades para ser cada vez más autónomos. En la adolescencia sigue ocurriendo lo mismo, seguimos adquiriendo habilidades y destrezas para adaptarnos al mundo en el que vivimos y este aprendizaje conlleva a veces desarrollar conductas que pueden tener sus riesgos. ¿A caso no aprende un niño a andar corriendo el riesgo de caerse y darse un golpe en la cabeza? Y por muchas protecciones que pongas en la casa en un instante puede caerse y hacerse daño. El aprendizaje de la vida siempre conlleva riesgos y afrontar esos riesgos es lo que nos permite adaptarnos al mundo en el que vivimos. La adolescencia es un periodo más de aprendizaje, con riesgos, claro que sí, pero para eso educamos, no para evitar los riesgos sino para que aprendan formas de afrontarlos.
¿Pero por qué se comportan así los adolescentes?
La primera explicación y la más importante reside en que el cerebro del adolescente empiezan a madurar lo que se denominan funciones ejecutivas (la habilidades cognitivas que permiten la anticipación y el establecimiento de metas, la formación de planes y programas, el inicio de las actividades y operaciones mentales, la autorregulación de las tareas y la habilidad de llevarlas a cabo eficientemente). Aprender a poner en marcha esas funciones puede suponer alteraciones, dificultad, torpeza, porque cuando alguien aprende algo nuevo es normal que cometa fallos. Y en esta época los adolescentes están desarrollando una manera de pensar nueva, compleja que requiere mucho tiempo de aprendizaje. No se nos ocurre decir a un niño de 12 meses que está aprendiendo a andar que es un torpe por que se tambalea y sin embargo a un adolescente le exigimos que “funcione” rápidamente como un adulto.
Este aprendizaje puede explicar los cambios y variabilidad del comportamiento de nuestros hijos adolescentes que pasan a comportarse en un instante de encantadores y afables criaturas a una especie de “niña del exorcista”, vamos, en pocas palabras, nuestros hijos convertidos en Dr. Jekyll y Mr Hide.
Una segunda explicación proviene del hecho de que los adolescentes prefieren la compañía de sus iguales más que en ninguna otra época de su vida. Los adolescentes descubren que frente a lo de siempre (la familia), está lo novedoso (los amigos), frente al “hijo ten cuidado”, “no hagas eso”, etc. se encuentra el “Carpe Diem”, “la transgresión de la norma”, los amigos que dan apoyo incondicional a todas horas, el gustazo por esta novedosa vida social o el “disgustazo” por no tenerla.
En tercer lugar y unido a la aparición del gusto por los amigos está el placer por las emociones fuertes y por lo tanto la propensión a correr riesgos. Los adolescentes saben distinguir el peligro, lo que les ocurre, a algunos, es que la recompensa que obtienen por hacer algo “peligroso” en presencia de los demás (la admiración de los amigos) puede más que la prudencia con la que actúa un adulto. Y es verdad que las consecuencias de estos riesgos pueden ser trágicas y esto es lo que nos asusta a los padres.
Por tanto la adquisición de nuevas herramientas cognitivas unido al influyente papel que juegan los amigos junto a la práctica de conductas de riesgo puede hacer que algunos adolescentes lleguen a comportarse como si fueran en vez de hijos, despiadados enemigos. Os recomiendo la lectura de este ilustrativo artículo “Hermosos Cerebros” que se publicó en National Geographic en 2011 donde diferentes estudios científicos proponen esta visión adaptativa de la adolescencia.
Pero a pesar de todo esto hay padres y madres a los que sus hijos adolescentes se las hacen pasar “como las de Caín” y no creo que les consuele mucho pensar que el comportamiento de su hijo tiene una explicación adaptativa y preferirían poder hacer algo para evitarlo. ¿Qué podemos hacer?
Confía en tu capacidad como educador y sigue educando, no te desesperes, paciencia y sin dejar de señalarle límites claros y precisos dale autonomía progresivamente. Esta es una estupenda manera de actuar como padres, una buena manera responder frente al desconcierto que nos genera el comportamiento del adolescente. Educa sin miedo y verás como con el paso del tiempo irás viendo como tu hijo adolescente se va convirtiendo en un adulto. Pero recuerda que para comportarse como uno de 40 años hay que esperar a tener 40 años.
(A mis alumnos del Master de Formación del Profesorado de Secundaria que están en el empeño de conocer a los adolescentes para quererlos (quererlos enseñar y quererlos querer)