Ésta puede ser una escena que se repita en muchos hogares estos días: Los padres sentados en el sofá de su salón, con sus miradas perdidas en ninguna parte, mientras por la televisión se escuchan rumores de que el “tiki taka” de la selección ya no es lo que era. En sus manos, un boletín de notas que más bien podría llamarse “crónica de una muerte anunciada”. Un boletín que leen y releen a ver si, por fuerza de leer, alguno de los suspensos hubiera desaparecido. Los suspensos no pesan en el papel, pero sí en el ánimo de los padres.
La mirada permanece perdida durante mucho tiempo, pero la cabeza de los padres no para de buscar respuestas, pero siempre pasa quecuando más necesitamos respuestas, buenas respuestas que nos den una solución, lo que aparecen son cientos de “quesís”, quesís de todos los tipos y de todos los colores: “Que si no los motivan; que si los maestros; que si no valoran el esfuerzo; que si el niño se pasa estudiando toda la tarde; que si este hijo es “bobo”; que si lo que es, es un fresco; que si se enseñan nada más que “tontás”; que si el niño hace su santa voluntad; que si es un mentiroso; que si están todo el día con la “puta maquinita”; que si sólo piensa en los amigos; que si yo, todo el día trabajando, para luego esto; que si tú lo tienes muy consentido; que si tú eres muy duro; que si tú eres muy blando; que si tendrá un problema; que si le doy dos sopapos, le quito los problemas; que si a éste le voy a dar un verano que se va a enterar; que si vaya “mierda” de sistema educativo; que si el niño fuera coreano del sur, o mejor finlandés; que si me he gastado tanto en profesores particulares; que si ha suspendido con un cuatro; que si mira los hijos de fulanito; que si tienen de todo; que si quién me mandaría a mí; que si qué he hecho yo para merecer esto, y así estamos, mientras el “suspendedor” o la “suspendedora” duerme a pierna suelta.
¿Qué tienes que hacer si te encuentras en esa situación?
En primer lugar, déjate de “quesís” y ponte manos a la obra. La tarea de educar nos pone a prueba en los momentos difíciles. ¿Qué vas a hacer? Pues simple y llanamente lo que previamente le habías dicho que ibas a hacer. Sin enfados, pero hazlo. Actúa. No dejes que los quesís te distraigan. ¿Le dijiste que si no aprobaba no iría de viaje con sus compañeros? Pues cumple. Enséñale que tú cumples tus acuerdos. ¿ Te da pena que se pierda el viaje? Lo entiendo, pero cumple tu palabra. Así que, para la próxima vez, ten cuidado con lo que “prometes” que vas a hacer.
¿Ha suspendido tu hijo, y ya no tiene remedio por ahora? Pues te propongo dos tareas: la primera, repasar los artículos citados a continuación, que he escrito sobre los suspensos y sobre lo que podemos hacer los padres.
Y la segunda tarea es la de que pienses un rato en la nota que te pondrías tú. Siempre todos podríamos hacer más.
Así que te lo repito: déjate de dramas, los suspensos no son una enfermedad terminal, suspender es una enfermedad que se suele curar estudiando.
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