Porque no estudian lo suficiente. Es obvio, lo sabes tú, lo saben sus profesores, lo saben ellos.
Estudiar es la solución. Pero no basta con repetir hasta la saciedad ¡estudia!, porque si fuera por decírselo, todos los hijos obtendrían un buen puñado se sobresalientes.
Ayer pasé un par de horas con un grupo de adolescentes de esos que son expertos en suspender, un grupo de 16 chicos y chicas que asisten al programa REMA (Refuerzo, Estímulo y Motivación del Alumnado) alumnos que, con apenas 14 o 15 años, están empezando a dejar de creer en que puedan hacer algo que cambie su destino académico.
Son capaces de decir “si estudio podré aprobar“, pero lo dicen como el que expresa un deseo, un sueño en voz alta, como algo difícil de alcanzar. “Si estudio podré aprobar” repiten como una letanía con la que ahuyentar los negros presagios de la incompetencia.
Les decimos que, si quieren pueden aprobar, pero a veces se lo decimos con la misma poca confianza con la que se lo dicen ellos. “Si quieres puedes” es para nosotros la fórmula rápida de ayudar y, para ellos, palabras vacías que pierden su significado nada más pronunciarse.
Durante mi encuentro con ellos les hablé de la indefensión aprendida. “¿Eso qué es?”, me preguntan. Y les explico que, a veces, los alumnos aprenden a comportarse de forma pasiva en los temas académicos, y tienen la sensación de no poder hacer nada, y de que no son capaces de cambiar a pesar de que existen oportunidades reales de modificar esa situación. Les respondo que esa es la razón por la que muchos de ellos suspenden, la razón por la que los libros dejaron de ser un reto para convertirse en un muro.
La indefensión se aprende, pero también se enseña, y la enseñamos todos:
La enseñan los padres cuando dejan de creer en las capacidades de sus hijos para resaltar sus defectos, padres que al grito de te lo dije, te lo dije, graban en sus hijos todas y cada una de sus equivocaciones. Padres desanimados, padres desolados por no saber qué hacer o qué decir a los hijos y se refugian en los: “Tu sigue así”, “vas a ser un desgraciado”, “eres un sinvergüenza”, “un fresco”, “nos estás destrozando la vida”, etc.
La enseñan los profesores y maestros cuando dejan de creer en sus alumnos para fijarse en sus limitaciones, profesores que al grito de te lo dije esculpen en sus alumnos las cruces que señalan todo lo que les queda por aprender. Profesores desanimados, desolados, presionados por un curriculum que no cabe en la jornada escolar. Profesores que se sienten solos frente al peligro, solos frente a sus alumnos disfrazados de rebeldía, de osadía y desinterés.
La enseñan los propios alumnos cuando dejan de creer en sí mismos y, faltos de confianza, se refugian bajo una capa de dureza como si así estuvieran blindando sus sentimientos. Alumnos que se susurran continuamente los “no puedo” que cercenan cualquier posibilidad de avance. Alumnos desanimados, abatidos, resentidos contra todo. Pidiendo socorro en un idioma que nadie entiende. Solos y asustados dentro de un traje de rebeldía. Con ganas de huir no se sabe a dónde.
¿Buscar culpables? es tarea estéril. Todos somos responsables, todos tenemos algo nuevo, algo diferente, algo más que poder hacer y mientras no nos sintamos responsables, capaces, con fuerzas y convencidos de ello, los 16 suspendedores, arrojados a su suerte, seguirán en el pabellón de los desahuciados esperando que el tiempo confirme los aciagos presagios.
¿Se puede hacer algo?
Sí que se puede, claro que se puede pero tenemos que esforzarnos todos ¿Qué sabemos de ellos, de sus vidas, además de que suspenden?, ¿qué les decimos?, es más tranquilizador suponer que son unos consentidos, mal criados, que si la sociedad es un asco, que si los móviles, que si los padres, que si los maestros, etc.? La avería es de la calle. Así nos quedamos todos más tranquilos.
A veces cuando uno se está ahogando no basta con decirle: “nada, nada hasta la orilla”, hay que ofrecerle la mano, echarle un cabo, agarrarlo y llevarlo a lugar seguro. ¿Estamos dispuestos?
Claro que se puede, pero ellos solos no pueden, necesitan nuestra ayuda, toda nuestra ayuda. Una y otra vez la ayuda de sus padres :(animando, guiando, poniendo límites y siempre confiando) y la imprescindible ayuda de sus profesores y maestros (necesitan sobre todo experiencias de éxito y reconocimiento de su esfuerzo. A veces se intenta motivar a un alumno poniéndole un cuatro “para que no se relaje” y lo que necesitan es un cinco para coger impulso.)
Para todos los alumnos que pueblan las aulas del programa REMA (Refuerzo, Estímulo y Motivación para el Alumnado) y, en especial, para los profesores de este programa que realizan una tarea de un valor incalculable.