¿Quién tiene que estudiar en tu casa? La pregunta es sencilla y la respuesta, mucho más. Pero no te creas que los padres tenemos tan claro pues son muchos los progenitores que comienzan a amargarse las tardes con la pregunta de “¿qué te pasa?”, “¿que qué me pasa?, que acabo de leer en el guasap del grupo del colegio que tenemos que estudiar el relieve de interior”.
En las noticias estos últimos días se han hecho eco de un post que se ha hecho viral (vamos que lo ha leído media España, la envidia de cualquier bloguero) con el atractivo título “La madre que se negó a resolverle a su hija los deberes del cole”. Yo hace ya un par de años publiqué un post respecto a cómo ayudar a los hijos en las tareas escolares enseñándoles a que aprendan a responsabilizarse de sus tareas y ocupaciones.
Un repasito al post no vendrá mal, pero lo que de verdad vendrá bien es que, como padres, dejemos de hacer lo que tienen que hacer, por sí solos, a nuestros hijos.
Está demostrado que la implicación, el interés y la actitud de los padres ante los estudios de sus hijos influyen positivamente en la conducta de los hijos frente a los estudios.
Implicación y actitud no deben de confundirse con padres haciendo de agenda, ni haciendo de profesores particulares de sus hijos, ni, lo que es peor, de padres haciendo las tareas de sus hijos (y encima algunos disfrutando de lo bien que les ha quedado el trabajo sobre los egipcios).
El tema de los estudios y los deberes escolares es una de las mayores preocupaciones que muchos padres tienen en estas edades. De hecho, los post de este blog que más lectores tienen son los que hacen referencia a estudio y suspensos, y el que más éxito ha tenido es el del síndrome del niño cabrón, lo que se convierte en un indicador de hasta dónde estamos los padres del comportamiento de nuestros modorros.
La razón de este interés por notas y suspensos reside en que los padres consideramos que el éxito académico de los hijos es un buen antídoto para calmar los temores por el futuro, y por otra parte porque también creemos, erróneamente, que las notas van asociadas a la idea, al sentimiento, de ser buenos padres. Es como si las notas trimestrales realmente no evaluaran el trabajo realizado por nuestros hijos, sino nuestra pericia como educadores.
Estudiar es un hábito, como lavarse los dientes después de comer o hacer la cama antes de irse al colegio. Y un hábito no se adquiere de la noche a la mañana, requiere práctica y más práctica. Además, los hábitos están influidos por las características peculiares de la persona que lo realiza.
El papel de los padres es el de inculcar ese hábito, el de señalar que es el momento de realizar ese hábito, el de facilitar que se pueda realizar y el de reforzar su ejecución.
Y dejar claras también cuales son las consecuencias que tienen para nuestros hijos la práctica, o no, de dichos hábitos. Consecuencias que necesariamente tienen que ser de aquí y ahora (pérdida de privilegios) y no esas vaguedades del futuro: “vas a ser un desgraciado”, “un fracasado”, un “don nadie” que, por lo general, asustan más a quién lo dice que al que lo escucha.
¿Cuál es nuestro objetivo como padres? Si queremos que los hijos sean autónomos, tendremos que dar los pasos para que se responsabilicen de que estudiar es una tarea que les compete, fundamentalmente, a ellos.
Mientras no haya padres convencidos de que el que tiene que estudiar es el hijo, tiraremos por la via rápida de “venga que te ayude, o no vas a terminar en la vida”, es verdad, los padres visten más rápido, dan de comer en menos tiempo, ayudan a terminar las tareas antes, pero todo esto a costa de “inutilizar” a nuestros hijos.
¿Quién tiene que estudiar en tu casa? Pues cada uno a lo suyo.